jueves, 22 de septiembre de 2011

Ya anteriormente he tenido oportunidad de glosar sobre la historia del judaísmo y el sionismo, y hoy voy a incidir en este tema para elaborar mi comentario: El término Sión hace referencia a la “Ciudad de David” que nombra la Biblia, ubicada en el monte del mismo nombre, donde la tradición hebrea ubica el Templo de Salomón. El sionismo hace referencia, pues, a la reivindicación, la lucha judía para establecer en ese lugar la nación, el pueblo de Israel. En Agosto de 1897, el periodista húngaro Theodor Herzl organiza en Basilea, el primer Congreso Mundial del Movimiento Sionista, en el que se plantea, por primera vez, y después de hacerse una valoración histórica, que nosotros comentaremos más adelante, contemplado desde un punto de vista universal, la situación en que viven millones de judíos en el mundo, cuya presencia, encerrados en barrios aislados y comunidades marginales, era muy mal tolerada, desde el Alto Medievo, en algunos países, cuando no perseguidos en otros, y huérfanos de patria en todo el orbe. Ante esta manifestación organizativa, los partidos de la “derecha” alemana, principalmente, intentan contraatacar desviando contra los judíos la furia popular, muy encendida por la pobreza, los bajos salarios y la carencia de servicios de asistencia social (no olvidemos que nos encontramos todavía en los finales del siglo XIX). Herzl, autor de “El estado judío”, publicado en 1895, propone la creación de un estado basado en el concepto de la raza. Para el líder sionista, ese nuevo estado judío, muy exclusivista, solo debe admitir a quienes se hayan mantenido libres de cualquier mestizaje con gentiles; el hecho de haber conservado la religión hebraica no basta para ser contado entre los elegidos. La localización de la nueva Sión propuesta por Herzl, en un principio es vaga. No obstante el periodista ha mantenido infructuosas conversaciones al respecto con el sultán de Turquía y con el Papa. El congreso de Basilea, sin embargo, iniciaría gestiones para recuperar, al menos en parte, los territorios palestinos, donde hace siglos existió el reino de Israel. Herzl, que despliega una incansable actividad internacional para proporcionar una patria a sus hermanos, ha creado ya la Banca Nacional Judía y el Fondo Nacional Judío, cuyo objeto es la compra de tierras en Palestina. En Alemania, los medios oficiales sugirieron que los judíos, inadaptados desde siempre y dados a la rapacidad y usura, eran individuos incapaces de vivir en el estado nacional alemán, respetando sus normas y reglas sociales; En Francia, el gobierno acusó a la comunidad judía de atentar contra la seguridad del estado, y utilizó el caso Dreyfuss, en 1894, para proporcionar una base a sus acusaciones. En cuanto a la policía rusa, fue aún más lejos: denunció la existencia de una conjura judía para adueñarse del mundo y presentó como prueba los “Protocolos de los Sabios de Sión”, supuestas actas secretas de un congreso judío celebrado clandestinamente en Rusia. A pesar de todo, se fundará la organización Bilú que patrocina la emigración y asentamiento de colonos hebreos a Palestina. Las propuestas de Herzl cuentan con numerosos precedentes. Ya en la primera década del siglo XIX, el líder religioso Yehuda Salomón al-Kalai sostuvo que el regreso a la tierra prometida debía ser una obra puramente humana, sin intervención divina, pues que hasta ese momento, la ortodoxia judía consideraba que ese regreso estaba en manos de Yahavé, a través de un Mesías. La idea se difundió rápidamente por Europa, donde la comunidad hebrea sufría discriminación, persecuciones y atentados. Serán Moisés Hess, un antiguo colaborador de Karl Marx de la Liga de los Comunistas Alemanes, y Hirsch Kalischer quienes pueden considerarse los predecesores del sionismo moderno. Pero la actividad de Herzl y del primer congreso judío mundial tenía lugar en un momento histórico caracterizado por un resurgimiento del antisemitismo contemporáneo en Alemania, Francia y Rusia; las principales manifestaciones de este fenómeno estuvieron íntimamente relacionadas con las necesidades políticas de los estados, es decir, buscar un culpable de los males del país fuera del mismo. Esta práctica de manejo popular es constante en nuestros días y fue la causa, por ejemplo, de la guerra de las Malvinas.

La Segunda Guerra Mundial, con los asesinatos en los campos de exterminio nazi, llegó sin que esta promesa alcanzara a ser una realidad; más los judíos se desplazaron en masa hacia aquella tierra que las potencias vencedoras de la Gran Guerra habían diseñado a su antojo con fronteras, al haber desaparecido el Imperio Otomano que quedó reducido a la actual Turquía, y aquella tierra que se les había prometido, habitada por beduinos y caravanas de camellos, ahora pertenecía a un protectorado británico que no supo resolver el conflicto entre ambos demandantes: palestinos y judíos, y optó por marcharse y abandonar a ambos pueblos en una lucha a muerte que, aún hoy día, nos horroriza. La actividad de Herzl y el Primer Congreso Mundial Judío tenía lugar en un momento en el que se producía la vivificación de un antisemitismo europeo generalizado, reacción que ya podemos encontrar en el relato bíblico del “Libro de Ester”, se exacerba dramáticamente durante el imperio de Nerón, simultáneamente a las masacres cristianas, y a partir de Teodosio II, se acusa a los hebreos de deicidio y se les prohíbe ostentar cargos que no fueran la medicina, el comercio y la artesanía, y por supuesto, en modo alguno desempeñar cargos oficiales o edificar nuevas sinagogas. Durante la Edad Media continuaron las persecuciones y las masacres y, así mismo, las expulsiones de distintos países en virtud de su presunta peligrosidad para la sociedad. Esos destierros tuvieron lugar en Inglaterra en 1290; de Francia en 1306 y 1394; de España en 1492, cuyos descendientes constituyen la cultura sefardí, (aquellos que recalaron en Centroeuropa son conocidos como los asquenazíes) y de Portugal en 1496. De este modo, la mayor parte de las comunidades judías marcharon a asentarse en la Europa central, en países eslavos y germanos. A lo largo de la historia del pueblo hebreo existe un momento crítico en que toda la estructura social, cultural y religiosa del “Pueblo de Dios” se desmorona. En el año 70 los ejércitos romanos invaden la Palestina israelita destruyendo el segundo templo de Jerusalén, el que mandara construir Herodes el Grande, y provocando la definitiva desbandada, la decisiva disgregación de todo el pueblo semita, más allá de las fronteras de la Tierra Prometida. Ya no existía el templo ni sacerdotes que se comunicaran con Jehová, de modo que las distintas colectividades que se fueron estructurando de manera más o menos clandestina por toda Europa, incluida la romana Hispania, hubieron de recurrir a la construcción de sinagogas, sustituto en cada asentamiento del antiguo templo, y nombrar rabinos, que desde entonces han sido los responsables de mantener las tradiciones, la moral y usos propios y custodiar la copia de la Torá, que junto con la Misná y la Guemará conforman el Talmud, el libro sagrado de los judíos. Más aquellas comunidades que llevaban a cabo extraños y ocultos rituales, que se mantenían aislados para proteger la pureza de la raza pero que prosperaban de manera desmesurada económica y socialmente, fueron acusados desde ser los causantes de la epidemia de peste negra europea de 1384, hasta envenenar los alimentos o de asesinar y alimentarse de la carne de niños cristianos que desaparecían “misteriosamente”. No hace falta aclarar los ríos de sangre hebrea que corrieron por el viejo continente y el medio oriente, mayormente tras la creación de la Inquisición. A pesar de todo, la capacidad intelectual de representantes de aquel pueblo nos ha dejado para la historia nombres como el de Maimónides, ibn Gabirol o Yehuda ha-Leví, e incluso grandes viajeros y exploradores como ibn Batuta, cuyo periplo superó en distancia el de Marco Polo. Curiosamente la Revolución Francesa se distinguió por alentar la esperanza de que quedaran liquidadas para siempre las persecuciones contra los judíos y otras minorías étnicas, pero en realidad solo fue un espejismo, pues aunque consiguieran la equiparación en derechos con los ciudadanos de algunos países, entre otros Alemania, Prusia (lo cual equivale a decir Polonia), Estados Unidos y Francia, al final del siglo XVIII y principios del XIX, concluyendo esta centuria nuevamente renace el antisemitismo y los acosos en oriente, Europa sobre todo. Rus Herzl lanzaría un grito de justicia en el Primer Congreso Mundial Judío, consiguiendo que grandes comunidades se asentaran en EEUU -ocupadas de incentivar el mundo cultural, político y económico-, y centroeuropa. Ya a finales del XIX comienzan los grandes asentamientos en Palestina, una Palestina sin características de nación, pues pertenecía al Imperio Otomano, mientras la propaganda sionista se incrementaba, ganando adeptos y, sobre todo, mecenas económicos desde judíos de todo el mundo. Así las cosas, el ministro de Asuntos Exteriores británico, Arthur James Balfour hizo una declaración, en Noviembre de 1917, al filo de la conclusión de la Primera Guerra Mundial, comprometiéndose a crear una nación judía en Palestina.

En 1831, las simpatías que despertó en occidente la insurrección polaca -dominada por Rusia- sugirieron a Puchkine, la siguiente frase: " Naturalmente, yo desprecio a mi patria de la cabeza a los pies; pero me desagrada que los extranjeros compartan conmigo ese sentimiento". En estas fechas vuelve a estar de actualidad, en el supuesto que haya dejado alguna vez de estarlo, la presunta creación de un estado Palestino. Ya hemos visto como los núcleos, más o menos, aislados de asentamiento judío que comenzaron en el último cuarto del siglo XIX, tuvieron lugar mediante compra de terrenos al entonces poderoso Imperio Otomano, que se instituyó a finales del siglo XV sobre los restos del Imperio Bizantino y del caduco Imperio Mongol trás la muerte del gran Tamerlán. Al finalizar el siglo XIX y comenzar el XX, el imperio turco-otomano se extendía por gran parte de los Balcanes, toda la actual Turquía, costa mediterránea de oriente medio, la antigua Mesopotamia y litoral de la península Arábiga, hasta que al finalizar la Primera Guerra Mundial las potencias vencedoras, con esa habilidad que les caracterizó, principalmente Gran Bretaña y Francia, deshicieron el imperio y crearon unas fronteras aleatorias que dieron lugar a los países que ahora conocemos. En definitiva, que en más de 600 años la Palestina bíblica no era más que un puñado de núcleos urbanos dedicados al comercio en un camino de paso de caravanas o marítimo, y el resto, desierto y palmeras; es decir que Palestina como nación, nunca ha existido. Claro que en ese mismo tiempo tampoco Israel. La diferencia estriba en que desde principios del siglo XX los inmigrantes judíos que compraron tierras (algo parecido a los colonos que dieron lugar a los EEUU en el oeste del país), se mataron a trabajarlas transformando, poco a poco, un desierto en un vergel, y un montón de casas de madera y uralita, en una nación moderna, en tanto los palestinos, población muy mayoritaria en la región, continuaban y continúan viviendo bajo la uralita y, en vez de trabajar para crear una nación, se han dado a la "guerra santa". ¿Tienen derecho los palestinos a una nación con todo lo que ese concepto conlleva? pues, desde el punto de vista humano es probable que sí (algo parecido a Chipre o Malta), pero es innegable que sus habitantes no han hecho nada por construir una nación y sí por tratar de destruir la nación judía. Ahora, la decisión la han puesto en manos de la ONU, lo cual tiene un peligro estremecedor, pero si los palestinos quieren una nación libre y considerada deben matarse a trabajar, con pico y pala, en vez de mal-politiquear vivir como en el siglo XIX, bajo la misma uralita, y gastar sus esfuerzos (por decir algo) y muy escasa economía, en conseguir armas y explosivos en lugar de la consideración internacional (la de sus vecinos árabes, ni intentarlo, porque estos no se mojan ni bajo la ducha, es un decir), difícil cuando estan dirigidos por dos células terroristas (Hamas y Al Fatah-OLP) que, además, se llevan a matar, y el esfuerzo colectivo encaminado al bienestar del ciudadano, el progreso, y la competitividad con el comercio exterior, incluido con sus vecinos judíos. Palestina sí, pero trabajando y sudando la chilaba, nada de regalos. Rousseau escribió en su "Emilio": "La temperancia y el trabajo son los dos mejores médicos del hombre".

Que descansen

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