jueves, 23 de marzo de 2017

A pesar de las descompuestas críticas de la galopante leyenda negra que tan bien le ha venido a la progresía contemporánea, la cicatería que, a veces, ha caracterizado a los fenómenos históricos para la depuración, purga y saneamiento de los malosos, acaba pasando factura antes o después. Así por ejemplo estoy convencido de que el duque de Alba y sus tercios se esforzaron menos de lo que nos quieren convencer en eliminar elementos prescindibles en los diabólicos Países Bajos, y la prueba es que todavía existen por ahí holandeses, sin duda descendientes de alguna ramera de la primera mitad siglo XVI, cuyo bagaje cultural se limita a la lectura de la susodicha leyenda negra que tan bien elaboraron sus antepasados para tapar los harapos morales que les atenazan su mal-vivir.
En la misma línea, pocos moriscos fueron expulsados por Felipe III un siglo después y pocos marxistas y anarquistas se exiliaron en 1939. Pero está demostrado que es imposible acabar con las ratas, con las que nos vemos obligados a convivir los ciudadanos meritorios, que cada día somos menos, a pesar de la instalación del Raticida Ibys instalado en todas las líneas del metro madrileño (ignoro si en otros también). Qué le vamos a hacer, la sombra del resentido es larga como la de los cipreses y la de los votantes necios, muy cortita, aunque abundante.