martes, 16 de diciembre de 2014

No creo que exista una persona cabal en las culturas democráticas occidentales del orbe (y fíjense que digo cabal, lo cual elimina un enorme número de ciudadanos asiduos de los campos de fútbol de cualquier categoría, de los mítines políticos, manifestaciones, macrofiestas, antitaurinos, corruptos, catalanes, vascos, a todos los adolescentes y a aquellos jóvenes tarados mentales y carentes de elementales principios que nos han quedado paseando por ahí sus fracasos y desengaños por culpa de una deficiente educación, y al pequeño Nicolás, lo cual reduce la estadística en proporciones enormes) que no esté convencido de que el ISLAM corresponde a una doctrina, a una secta devenida en clanes de criminales, dementes y resentidos, que afirman practicar una religión cuyo dios les exige quitar la vida a inocentes e indefensas personas, y en la que el primero que llega se hace llamar imán, o elegido de Alá y se siente capacitado a declarar la guerra a todo el orbe, y lo que es peor, atrae como un gigantesco imán a asesinos, criminales, violadores y delincuentes/as, en general, del mundo occidental para lavar con sangre sus frustraciones, sus desequilibrios psicopáticos o para ejercitar la posibilidad de probar la sensación de asesinar en un entorno favorable y más propicio que aquel en el cual se criaron y donde semejantes aberraciones están prohibidas y perseguidas. Y los tenemos dentro de casa, como ya he denunciado en otras ocasiones. Pero los paños calientes que caracterizan a las naciones que adoran a la diosa democracia, principalmente a aquellos individuos que se confiesan de izquierdas, facilitan la acción de todos estos dementes y, por consecuencia, la caída de occidente como caen las manzanas en otoño.
Pero no piensen que todos los problemas mundiales derivan del entorno de los turbantes y las barbas, porque, por ejemplo, ahí tenemos al subnormal de Maduro, al canalla de Kim- Jong Un, a la inmoral Kirchner, a tantos genocidas africanos, a las bandas de delincuentes que justifican sus crímenes en virtud de una supuesta defensa del proletariado, de unos imaginarios derechos nacionalistas o del mantenimiento de un orden impuesto por el terror, en América y hasta en regiones de España y, como no, al estrafalario dictador ruso Putin, quien está llevando al país estepario camino de la ruina, a base de crímenes (dejando morir a los marineros del Kursk, o asesinando a aquellos que representan una oposición a su voluntad como Yushchenko o Litvinenko, por ejemplo), convencido de que la solución al fracaso de su dictadura está en las purgas y en pasear sus ejércitos, barcos de guerra y aviones para acojonar a occidente. Pero no se despisten porque nunca faltará algún inaguantable presunto intelectual que defenderá al zar, como por ejemplo el cursi Juan Manuel de Prada, un plumífero que está encantado de haberse conocido y que cuando se sube a su particular púlpito difunde lecciones de lo que sea, es erudito en todo, descalificando a todo el que no opine como él, y que ama a Putin de manera sospechosa. Qué le vamos a hacer, en este mundo tiene que haber de todo