domingo, 25 de octubre de 2015

Es natural que los lectores de este blog de más allá de las fronteras españolas, que son, con diferencia, los que más me leen, como ya dije hace unos días, porque en mi país me vienen leyendo tres y el cabo, y la mayoría de ellos son amigos, familiares y conocidos, no estén al cabo de los graves acontecimientos políticos y sociales que devoran las entrañas de este país, o que posean una información parcial o equivocada. Pues a todos ellos quiero dedicar la reflexión de hoy.
No descubro nada si afirmo que la Segunda Guerra Mundial fue, sin lugar a dudas, la continuación de la Gran Guerra, el renacer de la Primera Guerra Mundial cuyas brasas no se habían apagado y bastó la aparición de un líder carismático que devolvió la confianza, la dignidad y la autoestima al pueblo alemán, que les había sido arrebatada en el salón de los espejos del palacio de Versalles por unos políticos necios que valoraban más la venganza que aquello que dictaba el sentido común, para que la sangría del primer tercio del siglo XX resucitara con vigor fortalecido por la esperanza germana en un desquite por el ultraje y la ruina nacional sufrida veinte años antes. Claro que aquel "mesías" era un degenerado, un criminal, un resentido y un soberbio y, afortunadamente, un enajenado, inútil y ególatra, y digo afortunadamente porque si hubiera sido un individuo inteligente, capaz y buen estratega, a estas horas Europa sería una gran Alemania unificada, un enorme Sacro Imperio.
Supongo también informados a mis lectores de otras naciones que España sufrió una guerra civil desde 1936 a 1939, como todas las guerras civiles, con origen en diversidad de factores más lejanos o más próximos. Pero fundamentalmente iniciada en 1931 a raíz de un "golpe de estado" llevado a cabo por los republicanos, las fuerzas de izquierdas unidas (que se denominaba Frente Popular) y los anarquistas (creo que de esta época ya he escrito hace algunos meses), que consideraron a su favor el resultado de unas elecciones municipales, para declarar por su cuenta la Segunda República de España y expulsar al rey Alfonso XIII. La susodicha república resultó una gran calamidad y un refugio de terroristas y malhechores (muchos delincuentes comunes sacados de las cárceles por las turbas revolucionarias), e incapaz de resolver los problemas que, es innegable, acuciaban a la población española, pobre, hambrienta e inculta. La situación llegó a tal crispación que una junta militar convocó a parte del ejército y se levantó en armas contra aquella insostenible situación. Aquella guerra la ganaron los militares sublevados que mandaba el general Francisco Franco quien gobernó la nación durante 35 años más.
A día de hoy, y tras haber, presuntamente, superado aquellos 40 años de historia mediante la declaración unánime de una monarquía democrática parlamentaria y constitucional, España se encuentra inmersa en una guerra civil, de momento no sangrienta, que, como en el caso de las guerras mundiales del siglo pasado,  no es sino la segunda parte de aquel lamentable episodio de nuestra historia reciente. Pero ¿Cómo es eso? se preguntarán la mayoría de los lectores. Bueno, en los EEUU de Norteamérica también tuvo lugar una guerra civil que se llamó de Secesión que, afirmo, no ha concluido tampoco. Afortunadamente para los yanquis todavía les une el patriotismo y su bandera, pero en España los símbolos y sentimientos patrióticos han sido destruidos por una interminable sucesión de políticos de corrompida intelectualidad e intereses personales, que han jugado de manera irresponsable con las necias pasiones de un pueblo ignorante, facilitando o provocando, nuevamente, la división de la nación en dos bandos, de los cuales uno, concretamente las izquierdas, los nacionalistas y los anarquistas, que hoy llaman antisistema, lleva tiempo dando muestras de sus métodos violentos, cuando no criminales y el desprecio a las leyes y a los derechos de la mayoría de los ciudadanos. El otro bando consiente, lamenta, concede, otorga, soporta, se queja (no siempre), bendice y trabaja intensamente y exclusivamente en resolver los problemas económicos domésticos. Así el PP es como esas madres  con hijos delincuentes que se pasan la vida afirmando que sus retoños "no son malos chicos" y que "son las malas compañías las que les influye", pero en definitiva nada resuelven.
La situación en España está llegando a tal extremo que en pocos meses los pueblos y ciudades, las regiones y la misma nación resultará ingobernable de todo punto, y, en un segundo tiempo, estallará volando por los aires la delicadísima paz social, sostenida, de momento, por la paciencia de el bando conservador.
Pero esto se veía venir. La creación de 17 regionalidades conocidas como comunidades autónomas, poseedoras de sus propios estatutos (sus propias "constituciones"), cuyo texto las enfrenta a la Constitución del Estado donde cada macho alfa hace lo que le da la gana, incumple las leyes, apoya o promueve la corrupción más abyecta (como en Andalucía o Cataluña), establece en su feudo un régimen fascista excluyente (como en Cataluña), marxista asesino (como en Vascongadas) o socialista nepótico y clientelar (como en Andalucía); donde atacar al estado, sus instituciones (que incluye las fuerzas armadas y de seguridad del estado), símbolos, tradiciones, religión mayoritaria y sus practicantes, es atacar al estado que se quiere derribar pero fuera de las urnas; donde alterar la historia de la nación más antigua de Europa introduciendo mentiras como verdades irrebatibles para pasto de las mentes ignorantes (la mayoría), los educandos y fuerzas afines, donde la educación de los niños y jóvenes se dirige desde los gobiernos de las comunidades hacia un fin ideológico concreto y donde todo vale porque nadie se decide a dar un puñetazo en la mesa y acabar con semejante descalabro (los jueces deudores o el gobierno del PP) o donde partidos que siempre han sido respetuosos con la constitución española, y la unión y equilibrio social de la nación (como el PSOE) para hacerse con el poder se alían con grupos antiespañoles, radicales y antisistema (Pedro Sánchez es como Zapatero de necio pero aún más ambicioso), todos ellos en un acceso de resentimiento histórico anhelantes de ganar la guerra civil que perdieron en 1939 sus abuelos (ya nadie queda que viviera la contienda) e instaurar la república. Pero no una república cualquiera, sino aquella república impuesta en 1931, pero adobada de todo tipo de mentiras, falsedades, calumnias, patrañas, fábulas y disfraces, para consumo, una vez más, de ignorantes y parroquianos.
Tras las últimas elecciones la mayoría de los pueblos, ciudades y Regiones españolas están gobernados no por un ciudadano elegido en las urnas, sino por tres, cuatro y hasta cinco individuos unidos en un matrimonio imposible con el único fin de derribar al partido más votado (el PP) y controlar el poder, aunque con ello arruines el país.
No voy a cansar a los lectores con tanta pesadumbre. Esto no puede acabar bien. Clarísimamente la democracia instalada en una tierra de golfos, vagos, vividores, ruines, meamisas y folclóricos al uso, ha sido un fracaso... como era de esperar. Y... esto no puede acabar bien.
En fin, que otro día hablaremos de Portugal.

viernes, 16 de octubre de 2015

No es extraño en mí, desde hace algún tiempo, que haga referencia a algún comentarista al que he leído , para bien o para mal, en mis glosas de este blog, y en el día de hoy me referiré al artículo de Hermann Tertsch, al que siempre he considerado un hombre de ideas y prosa muy acertadas, en general, pero para estar en desacuerdo. Refiriéndose al denigrante y golpista espectáculo montado por los catalanes a la llegada de Mas a los tribunales y los días anteriores el resto del hampa a su servicio, Tertsch decía: "Por España y por toda Europa tras el día de ayer solo hay un mensaje para el separatismo: que por las malas nadie puede ni podrá con el Estado de Derecho y la Democracia". Pues no es cierto. No es cierto. A mí me resulta un comentario ingenuo que confunde su deseo con la realidad. La representación ceremonial,  la fanática celebración ritualista, la apoteósica conmemoración del golpe de estado de los catalanes contra el legítimo gobierno de España, por cierto que apoyados por todos los grupos de izquierda, que incluye al PSOE y Ciudadanos, en los juzgados barceloneses, pudo tener lugar gracias a la flagrante falta de patriotismo, de convicción en sus promesas y en sus principios, acomplejamiento y en definitiva falta de pelotas, de todos los presidentes españoles y muy especialmente de Rajoy, al que sus votantes le dieron en la mano todos los triunfos para jugar esta partida sin problemas, y que, cuando ya todo está perdido, tiene la desfachatez de pasarle la patata caliente a los tribunales de justicia, esos que no quieren problemas, en el caso más favorable (véase la evolución del proceso de los ERE y los cursos de preparación para parados en Andalucía), tras haber desatendido su inexcusable obligación de actuar contundentemente en una acción de gobierno para la nación que dirigen y a la que representan, pero, en cualquier caso. muchos años antes.
Lástima, digo yo, que me lean cincuenta veces más los rusos, treinta veces más los estadounidenses o alemanes que los españoles, compatriotas, estos, mucho más cómodos con su condición de súbditos, de vasallos que de ciudadanos libres y cuyo interés en reflexiones como las mías tiende a cero. Un español se siente muy satisfecho por vivir, a día de hoy, en un sistema "democrático", a la ibérica, que consiste en votar cada cuatro años a un golfo, a un asesino, un canalla, a un cobarde, a un antiespañol o, en general a un delincuente, pero perteneciente a un partido político "amado", y luego dedicarse a discutir de fútbol, de las maravillas de su automóvil o que hay una moza en su empresa a la que tiene en el bote y, por supuesto, a compartir la opinión de lo malos que son los políticos de los otros partidos diferentes al de sus amores.
Por lo que concierne al Partido Popular ya llegan muy tarde para levantar sus miserias del estercolero votacional. Están convencidos de que pueden arreglar su debacle, que ha provocado la "espantá" de quienes confiaban en ellos paseando a Rajoy por las calles y tomando cañas. Pero, lo siento, sigue pareciendo un tipo antipático, como la mayoría de los estirados miembros de su gobierno. Pero además lo que ha traído la desgracia al Partido Popular ha sido la falta de compromiso con los principios de sus votantes, que evidentemente no son los suyos, que debieron defender de manera radical, impositiva y terminante, y haber ignorado aquellas envenenadas trochas que les imponían las izquierdas disfrazadas de democráticas o, dicho de una forma más europea, de social-democracia, que continuamente amenazaban a su intranquila y acomplejada moral llamándoles fascistas (que se lo han llamado igual), franquistas  (que se lo siguen llamando), o bien restos casposos de la derecha extrema, algo que se lo han creído hasta en el mismo PP. Vamos que el virus que ha forzado a sus votantes a abandonarlos en masa es, principalmente, la falta de cojones para defender sus ideales y la traición a unos principios irrenunciables, es decir la deslealtad, la deserción y la apostasía política a la patria.
Insisto en que me gustaría que hubiera en España más lectores de mi blog para que estas opiniones, que son exclusivamente mías, y no las vendo ni las alquilo, sirvieran de reflexión a todos aquellos que prefieran pensamientos y manifestaciones diferentes y, por supuesto, totalmente independientes distintas de las que no pararan de deponer sus señorías hasta el 10 de Diciembre... y después.

viernes, 2 de octubre de 2015

Aproximadamente en el año 375 de nuestra era el bestial pueblo Huno embiste con furia a la Europa oriental desde las tierras esteparias de Asia. Las distintas tribus godas, cuyo origen se remonta al sur de Suecia desde donde marcharon, buscando un clima más favorable, y asentadas a orillas del mar Negro, fueron empujadas por aquellos al interior del imperio romano donde penetraron en calidad de refugiados. Roma, con cuyas legiones tuvieron anteriormente sus diferencias, les prometieron tierras para que se asentaran en paz. Los Visigodos deambularon y deambularon y deambularon por el noreste del imperio, como miserables errabundos pasando hambre, frio y enfermedades, pero el imberbe y débil emperador Honorio, mal aconsejado por sus asesores, rompió por tres veces sus promesas al pueblo de  Alarico, y su cuñado Ataulfo, a los que consideraba poco menos que animales irracionales incapaces de pensar por sí mismos. Pero se equivocaba. Se equivocó en todo, porque las tropas de Alarico y Ataulfo saquearon Roma sin piedad, en el 410, protagonizando el principio del fin de un imperio que, en aquel momento, tenia los pies de barro, sin unión entre sus dirigentes, saturados de ambición personal y sobrados de soberbia.
Mil seiscientos años después, otras bestias que llamamos islam, provocan un éxodo de gentes desde el Oriente Medio hacia, nuevamente, la Europa "rica", donde se come todos los días, donde se duerme en unas mullidas camas y se vive bajo un techo sin que nadie te mate o te persiga por ser quien eres o pensar como piensas (bueno menos en Vascongadas y Cataluña), y nuevamente se encuentran abandonados deambulando y deambulando y deambulando, pasando hambre, sed, frio y enfermedades sin que nadie se ocupe de darles tierras, porque son bestias, ignorantes y dañinos para una sociedad que está encantada de su dulce balancear sobre el yate de lo que han dado en llamar estado de bienestar, algo que, por otra parte, nada tiene de bienestar para una mayoría de sus ciudadanos, algo evidente sobre todo para el grupo de aquellos que todavía piensan y sienten.
El final de esta segunda historia está todavía sin escribirse, pero muy cerca de temerse. En ambos casos la Europa "civilizada" se desmorona abiertamente sobre sus propias y perfumadas cenizas, y bajo un celestial y laureado techo incapaz de comprender nada que no fueran reflexiones de centímetros de alcance y razonamientos de manual político para darse cuenta de su inminente ruina.
Yo no creo en que aquellos culpables de este drama paguen su maldad en la otra vida. Yo no soy creyente, como ya saben. pero quien sí pasa la factura sin remedio es la historia. Puede que pasen otros 1.600 años antes de que resulte evidente la perversidad y crueldad europea, quien sabe, mas yo creo que mucho antes este imperio que llamamos Comunidad Europea habrá desaparecido, por las malas (detestándose unos a otros) o por las peores, en el curso de una nueva guerra mundial. Yo apuesto por esta segunda opción.