sábado, 16 de julio de 2011

En el mes de Mayo de 194o, y en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, las tropas belgas, polacas y, sobre todo, británicas, han quedado aisladas en una bolsa en tierra de Bélgica, y en retroceso hacia el mar, en el puerto de Dunkerque. La artillería alemana y los Stuka, machacan a aquellas fuerzas, que llegando al mar ya no pueden retroceder más. El rey de Bélgica, Leopoldo, se rinde y se exilia con su gobierno a París. Pero hay que sacar a aquellos hombres de aquella ratonera como sea. Desde las Islas Británicas, se forma una flota integrada por barcos de guerra, barcos de pesca, barcos de recreo, barcazas del Támesis, y cualquier cosa que flote, y se lanzan a la descabellada aventura de evacuar a las tropas sitiadas. La aviación alemana no para de bombardear y ametrallar. De 500.000 hombres, se consigue rescatar 340.000, algunos en un estado lamentable, el resto se rinde al ejército alemán. Gran número de tanques y material de guerra británico, queda perdido en el continente.
Inmediatamente los noruegos son informados de aquella evacuación y planifican algo semejante para sus tropas. El rey Haakon y su gobierno, también se rinde y se exilian a Inglaterra, de modo que se emprende una marcha naval que consigue evacuar a unos 25.000 hombres, pero las pérdidas de barcos aliados son igualmente cuantiosas.
En Junio de 1940, el avance en Francia del ejército nazi continúa, aplastando la linea defensiva Maginot, que los franceses creían inexpugnable. En el puerto de El Havre, los ingleses también se repliegan hacia sus dársenas británicas. Finalmente las tropas germanas entran en París el 14 de Junio de 1.940, pero su avance no se detiene. Mas soldados aliado siguen siendo evacuados, desde el golfo de Vizcaya, con grandes pérdidas en vidas. El presidente francés Reynaud dimite y es sustituido por el mariscal Pétain, quien inmediatamente solicita un armisticio, que se firma el 22 de Junio, en el mismo vagón de tren donde Alemania lo firmó tras ser derrotada en la Primera Guerra Mundial. Según el acuerdo, Francia queda dividida en dos partes: los dos tercios noroccidentales, pertenecen a Alemania; el restante tercio suroriental queda a cargo de un gobierno títere, dirigido por el mismo Pétain con capital en la ciudad de Vichy.
Considerando que su aliado alemán es invencible, Mussolini declara estado de guerra al lado de Hitler, en vista de lo cual, los navíos ingleses, comienzan a bombardear, sin darles tiempo a respirar a los italianos, sus posesiones en África, en Turin y en Génova. Italia hace algunas incursiones en la frontera con Francia, y bombardea Malta (los italianos siempre donde haya más peligro). A finales de Junio de 1940, la venganza de Hitler, por la humillación de la Primera Guerra, casi se ha consumado; ¡solo queda Inglaterra!, a la que odia de manera especial. A Gran Bretaña hay que combatirla de dos formas: evitando su avituallamiento desde América, es decir ahogándola, de lo cual se hicieron cargo los submarinos alemanes, y triturando desde el aire sus fabricas de armamento, aeropuertos, industrias y todo aquello que le permitiera sobrevivir. De modo que, después de conquistar casi toda Europa, ahora había llegado la hora de la "Batalla de Inglaterra".


Ahora voy a permitirme reproducir un discurso de don Miguel de Unamuno en las Cortes españolas, que no tiene desperdicio:

Palacio de las Cortes a 21 de octubre de 1931.- Miguel de Unamuno.- Miguel Maura.- Roberto Novoa Santos.- Fernando Rey.- Emilio González.- Felipe Sánchez Román.- Antonio Sacristán.”

Y ahora, Sres. Diputados, debo confesar que me levanto en muy especial estado de ánimo, no muy placentero ciertamente. Apenas convaleciente de un cierto arrechucho, no sólo físico, sino también psíquico, vengo con el ánimo profundamente entristecido y contristado y no sé si podré poner la debida sordina a mis palabras y contenerme en los límites debidos, porque no tengo costumbres ninguna de ese forcejeo de partidos políticos ni de cambalaches ni de transacciones. Afortunadamente para mí, y acaso más afortunadamente para vosotros, no pertenezco o no formo parte de ninguno de esos partidos, mejor o peor cimentados, y en los que se resuelven las cosas bajo normas de disciplina; pero hay por debajo de esos partidos políticos una especie de –no le llamaremos partido- agrupaciones, que podían denominarse profesionales. En esta Cámara hay médicos, en esta Cámara hay abogados, en esta Cámara hay ingenieros, hay también hombres de oficios manuales, y en esta Cámara, señores, hay demasiados catedráticos (murmullos); probablemente somos demasiados entre maestros y catedráticos. Yo, que sé lo que he sufrido bajo el pliegue profesional, quisiera hoy, cuando se trata de la enseñanza, poder libertarme de él, poder libertarme de ese triste pliegue que no nos deja ver las cosas con bastante claridad. Dondequiera que el Ejército ha abusado, se ha formado un partido antimilitarista; donde el Clero ha abusado, se ha formado un partido anticlerical. Nuestros hijos, nuestros nietos, conocerán en España un partido antipedagogista, porque yo temo mucho a la pedantería de los que nos arrogamos el sacerdocio de la cultura. (Muy bien, muy bien). Esto es algo muy peligroso; mas ahora que oigo hablar continuamente de cultura (ya es una palabra que me duele en los oídos del corazón), y aquí, cuando parece que se trata de apoderarse, por la enseñanza del niño, de formar su alma, hay veces que, tristemente, creo que de lo que se trata es de dejar tranquilos a los maestros y a los profesores; es un funcionarismo. No sé por qué en esta Constitución de papel que estamos haciendo no se ha puesto un artículo que diga: “Todo español será funcionario público”; y en muchos casos esto quiere decir que todo español será pordiosero. Esta es la verdad verdadera.
Digo esto, porque precisamente en estos días, cuando estaba apasionando aquí y fuera de aquí – en Cataluña, en Vasconia, en Galicia y en las demás partes de España- este problema de la enseñanza del idioma, he recibido cartas y telegramas de padres de familia, de muchachos algunas, de una amargura extrema, que me recordaban a aquellos pobres españoles que fueron a Cuba en un tiempo, casaron allí, formaron allí su familia y se vieron luego despreciados por sus hijos. He recibido cartas de una enorme amargura; pero la mayor parte de los telegramas han sido de funcionarios, de maestros, que lo que querían es que no se les quitara una colocación. Y es que en el fondo, más que de otra cosa, se trata de eso: de si ciertos funcionarios podrán seguir funcionando en unos sitios con libertad o no podrán seguir funcionando. No es más que eso; muchas veces es una cuestión de competencia profesional.
Pero, viniendo al fondo de la cuestión, no es, acaso, lo de la lengua, con serlo tanto, lo más grave. La lengua, en muchos casos –y lo decía muy bien el Sr. De Francisco- , en mi tierra nativa (Vascongadas) se toma como un instrumento de nacionalismo regional y de algo peor y es allí, además, una lengua que no existe, que se está inventando ahora y que rechaza todo el mundo, porque el genuino aldeano, si se le pregunta a solas, dice: “A mi no me importa eso; lo que yo quiero es aquello que me pueda elevar el espíritu y que me pueda hacer entender de la mayor parte de las gentes”. Pero lo que se trataba con la lengua es de establecer lo que la Biblia llama un “schibolet” para distinguir a unos de otros y que pasara el que pronunciara una cosa bien y no pasara el que pronunciara otra mal. Yo he visto cosas, como decir que para poder aspirar a ser secretario de un Ayuntamiento era menester conocer el vascuence en un pueblo donde el vascuence no se habla.
Quiero abreviar, porque ya digo que no estoy en ánimo muy propicio. Se ha venido hablando continuamente de cultura (oímos esta palabra allá en los principios de la guerra mundial): cultura con c de la pequeña, latina, o con k alemana, con cuatro puntas como un caballo de Frisia; pero hay otra cosa que parece más modesta que la cultura y que, sin embargo, a mí me preocupa mucho más, que es la civilización: la cosa civil. Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, cuando se dirigía a sus paisanos, a los hebreos, les hablaba en hebreo –lo cuenta el libro de “Los hechos de los Apóstoles”-, pero dictaba su cristianismo en lengua griega, que era la lengua ecuménica del Imperio romano; cuando se presentaba ante el pretor, contestaba: “Soy ciudadano romano”. La civilización es de ciudadanía y es romana y lo de la civilización es siempre imperial.
Aquí se hablaba el otro día de minorías étnicas. ¿Qué es eso de minorías étnicas? ¿Dónde están las minorías étnicas? ¿Minorías en qué sentido? ¿Contada toda España o contada una sola región? Yo me acuerdo que, hace años, un alcalde de Barcelona se dirigió al entonces rey D. Alfonso XII, en nombre, decía, de los naturales de Barcelona. Yo me creí obligado a protestar. Un alcalde de Barcelona no puede dirigirse en nombre de los naturales, sino de los vecinos, sean naturales o no, ni se puede establecer una diferencia entre vecinos y naturales. No hay, ni puede haber, dos ciudadanías.
Éste es el punto de la civilización. Yo no sé cuántos son los que constituyen esa llamada minoría étnica; por ejemplo, en Barcelona no sé si son el 10, el 20, el 30 ó el 40 por 100. Lo que me parece bochornoso es que se les vaya a proteger como a una minoría. ¡A proteger! El Estado no debe pasar por eso; a que le protejan otros y a que se les dé como una asignatura el castellano; como un instrumento, no; como una asignatura, no. Esto hace que se forme ese triste caso de lo que llaman en meteco, el hombre que está continuamente sufriendo. ¿Que por qué no se asimila? ¡Ah! Eso habría que verlo muy despacio y con mucha calma.
Pero dejando estas consideraciones, porque si me dejase llevar de ellas llegaría a cosas muy amargas, vengo al texto concreto. “Es obligatorio el estudio de la lengua castellana, que deberá emplearse como instrumento de enseñanza en todos los Centros docentes de España”. Yo hubiera preferido que se dijera: “es obligatorio enseñar en castellano. Las regiones autónomas podrán, sin embargo, organizar enseñanzas en sus lenguas respectivas (naturalmente, los comunistas podrán organizarlas en esperanto o en ruso); pero en este caso, el Estado mantendrá también en dichas regiones las instituciones de enseñanza de todos los grados en el idioma oficial de la nación”. En este caso, y en cualquier caso, “mantendrá”. La cosa está bien clara; no tiene más que seguir manteniendo.
Hoy hay en Barcelona una Universidad de España, y éste es el punto fuerte; Universidad de que no puede ni debe desprenderse el Estado español en absoluto; que no debe caer bajo control de ningún otro Poder que el del Estado español, ni compartirlo. Porque aquí, de lo que se trata en el fondo es de apoderarse de esa Universidad. ¡Cuidado!, que yo temo más aún que a la autonomía regional a la autonomía universitaria. Llevo cuarenta años de profesor, sé lo que serían la mayor parte de nuestras Universidades si se dejara una plena autonomía y cómo se convertirían en cotos cerrados para cerrar el paso a los forasteros. Alguien me decía: ¿Es que se va a sostener allí una Universidad con el dinero de Cataluña? No, con el dinero de toda España, naturalmente, incluso Cataluña; como se mantienen las Universidades del resto de España, y con el dinero de Cataluña.
Además, yo que no entiendo mucho, ni quiero entender, de ciertas distinciones jurídicas, veo que hay una cosa, que nunca comprendo bien, cuando se habla de catalanes y no catalanes. Para mí todo ciudadano español radicado en Cataluña, donde trabaja, donde vive, donde cría su familia, es no sólo ciudadano español, sino ciudadano catalán, tan catalanes como los otros. No hay dos ciudadanías, no puede haber dos ciudadanías.
Por lo demás, y quiero abreviar, por encima de esta Constitución de papel está la realidad tajante y sangrante. Se quiere evitar con esto cierta guerra civil (claro; no una guerra civil cruenta a tiros y palos, no): me parece que va a ser muy difícil, y además no lo deploro. Me he criado, desde muy niño, en medio de una guerra civil y no estoy muy lejano de aquello que decía el viejo Romero Alpuente de que la guerra civil es un don del cielo. Hay ciertas guerras civiles que son las que hacen la verdadera unidad de los pueblos. Antes de ella, una unidad ficticia; después es cuando viene la unidad verdadera. Y ¿qué más da que hagamos la guerra civil? Cualquier cosa que hagamos estará siempre en revisión; la revisión es una cosa continua; los períodos constituyentes no acaban nunca; es una locura creer que porque pongamos una cosa en el papel, va a quedar hecha. Además, ¡hay tantas cosas que no quieren decir nada, que no tienen eficacia ninguna!
Y como alguien más podrá manifestar algo (puede ser que yo tenga ocasión de añadir algo también), digo que no veo peligro, como se ha dicho, en tomar ciertas actitudes. Me han dicho que hay peligros para la República. No sé; no veo que los haya. Parece la República muy timorata; cree que es hasta un acto de agresión hacer la apología del régimen monárquico. A mí me parece esto una inocentada; pero, en fin, yo no veo esos peligros y, en último caso, si los viera, creo que hay que atajarlos; mas, también, como he dicho muchas veces, creo que aquí hay algo por encima de la República. (Aplausos)

(Diario de sesiones, 22 de octubre de 1931)
No precisa más comentarios. Buenas noches.


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