Bien pues hemos llegado a un momento cumbre en la historia de España del siglo XIX. Finalmente, despues de tantos intentos de golpe de estado, la Monarquía Borbónica es destronada, mediante una asonada militar. Y los lectores me preguntaran: ¿Y en esta ocasión, donde están los masones? Pues para su información he de aclarar que el general Prim era masón, al igual que el almirante Topete y Serrano; lo mismo que lo eran anteriormente Lacy, Milans del Bosch, Riego, Torrijos, O´donell, Daoiz, Palafox, Espoz y Mina, Castaños y el mismo, Espartero... O, entre los civiles Mendizabal, Manuel Becerra, Cea Bermúdez, Pi i Margall, Zorrilla, Sagasta y el mismo Castelar, y muchos más. ¿Está claro?
Ya habían expulsado a Isabel II ¡Por fin! No pudieron con el padre, pero sí con la hija. Bien ¿Y ahora qué? Se había constituido un gobierno de transición, de conveniencia, y unas Cortes de aliño, pero había que darle una continuidad a la política nacional. Claro que el levantamiento lo habían llevado a cabo cada uno con una idea distinta. Y como no, los republicanos y afines, no albergaban la más mínima intención de volver a apoyar una corona. Pero el hombre más poderoso, influyente y paladín popular era Prim, que odiaba a Isabel y despreciaba a los Borbónes, pero ya dejó claro que "Mientras yo viva la república jamás, jamás, jamás..." Y probablemente esos tres "jamases" constituyeron su sentencia de muerte.
En fin, que estamos en medio de una forzada monarquía sin rey. Pues había que buscar un rey. Bien es verdad que, al menos por entonces, la mayoría del resto de las fuerzas políticas, confortadas, de momento, por la expulsión de Isabel II, aceptaron la jugada sin pensar demasiado. Y el Parlamento votó por mayoría esta solución de compromiso.
La búsqueda de un monarca adecuado, tuvo un gran parecido al episodio del cuento de "La Cenicienta" en que un funcionario de la Corte recorre todo el reino buscando un pie al que le fuera al pelo el zapatito de cristal.
Se propusieron y se rechazaron varias propuestas, de las cuales la primera, a favor de Leopoldo de Hohenzollern, príncipe de Prusia, fue el resultado de las negociaciones entre Prim y Bismarck, y causa de la inquietud gabacha y de la guerra Franco-Prusiana; por ello se acabó desestimando esta posibilidad. La última carta de Prim señalaba a D. Amadeo de Saboya, duque de Aosta e hijo segundo del primer rey italiano Victor Manuel II, a la sazón también masón ( el padre, no el hijo). ¿Aceptaría esta posibilidad el Parlamento español? Mañana lo veremos, pero para mayor información deben leer mi libro "UN PAÍS INGOBERNABLE"
Hoy me apetece comentar la majadería del gilipollas de Jimmy Carter, premio Nobel de la paz, por la misma vía que Obama, declarándose catalanista, en la "chochez" de su vida, cuando tuvo que mirar en Wikipedia donde estaba España, porque los mastuerzos de los yanquis, nos confunden con los hispanos caribeños. Pero lo más palurdo y mentecato de sus babeantes declaraciones es que, afirma el pobrecito que la caída de Barcelona en las postrimerias de la Guerra de Sucesión Española, Cataluña luchaba por algo así como por una "República Independiente", cuando, durante aquella guerra civil, y casi europea, había dos bandos, cada uno de los cuales apoyaba a un rey extranjero, y Cataluña se equivocó de bando apoyando al perdedor, es decir al Archiduque Carlos de Austria, que optaba a la corona española, enfrentándose al otro candidato, Felipe de Anjou. Pero cuando D. Carlos fue nombrado Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, en 1711, perdió todo interés por el cetro español, dejó en Cataluña, de prenda, a su esposa, retiró sus tropas y dejó a los catalanes con el culo al aire. Y el jolgorio es que los de la barretina y las monchetas, desconocen, o quieren desconocer esta realidad histórica de una guerra que perdieron por apoyar a un rey equivocado. En realidad son monárquicos sesgados.
Por otro lado, el presidente de la Audiencia pedía hoy respeto al Constitucional. Verá usted, señor mío, mi actitud como contribuyente, muy contribuyente, y súbdito de este patético reino, es la de acatar la decisión de los tribunales y las leyes, y ello solo porque tienen el poder en sus manos, pero yo, penoso Juanes, solo respeto aquello que me parece respetable, y hoy, aquí, no existe ninguna institución laica o canónica, que me merezca el más mínimo respeto. ¿Queda claro?
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