sábado, 17 de julio de 2010

Y ya hemos pasado, como quien no quiere la cosa, al dominio del proceloso siglo XX, que comienza, prácticamente, con el reinado de Alfonso XIII, hijo póstumo de Alfonso XII, quien toma las riendas de la corona en 1902.
Alfonso XIII era un hombre bueno y culto, pero, a lo largo de su reinado cometió las suficientes torpezas para que su permanencia en el trono llegara a resultar imposible. Sufrió una situación parecida a la de Amadeo I, en cierto modo, sobre todo al final de su regencia. El entusiasmo que desató al principio se acabó convirtiendo en el abandono de las clases sociales que le habían apoyado, y el frontal y agresivo ataque de otras que respiraban vientos revolucionarios socialistas, comunistas y anarquistas, que llegaban de Europa, con ansias de sangre y latrocinio, en un continente que, en un alto porcentaje, se moría de hambre, de miseria y de ignorancia. y en España esto era patético.
La pregunta era ¿Que son lo primero a resolver, la situación social, el comercio exterior, o las infraestructuras. Lo primero era, no difícil, sino imposible, cuando hacía pocos años que los americanos nos habían robado una insustituible fuente de ingresos, y a cambio gran parte de la juventud se había dejado la vida en la defensa de aquellas provincias lejanas.
Por otro lado, España carecía de industria; seguía siendo un país rural, agrícola y ganadero. Pero para levantar una industria competitiva, sobre todo despues de la Primera Guerra Mundial, oportunidad única de exportación hacia una Europa desangrada, era necesario actualizar las muy escasas comunicaciones ferroviarias y viales. ¿Por donde empezar?
Mientras tanto la aristocracia y la burguesía, ignorante de los acontecimientos ocurridos en Rusia, no aceptaban la más mínima colaboración, ni carga impositiva. Vivían de espaldas a una realidad que les acabaría devorando.
Las revueltas, más o menos importantes, de los primeros años del reinado de Alfonso XIII, eran constantes, en virtud de exigencias, en muchos casos perentorias y en otros políticas; y los masones empujando. Pero además el levantamiento de la provincia de Marruecos, (otro alzamiento más a contabilizar) que había quedado dormida, pero no resuelta, obligó a desviar finanzas y personas a morir en las tierras desérticas del norte de África, y ello de manera torpemente injusta en perjuicio de las clases más humildes que no poseían los avales económicos suficientes para librarse del sservicio de armas. Los jóvenes de los humildes, tan necesarios para el trabajo en el campo, eran quienes cayeron como moscas en tierramarroquíes. ¡Que gran error!
Ello sería el detonante de la Semana Trágica de Barcelona, en 1909, en que, con el pretexto de la Guerra de Marruecos, comenzaron los asaltos y quema de iglesias y conventos, incitados por anarquistas y socialistas que condujo a un estado de guerra, intervención del ejército, enviado por el gobierno de Maura, represión, asesinatos, fusilamientos...En fin lo de siempre.
Claramente la situación no había mejorado en relación con el siglo anterior; si acaso había empeorado, pues los intereses revolucionarios de izquierdas, seguían la consigna de impedir en Europa la gobernabilidad de las naciones para imponer en ellos, por la fuerza, la implantación de estados comunistas.

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