lunes, 17 de mayo de 2010

La Edad Media resultó ser una etapa necesaria de tránsito, entre el Mundo Antiguo y el Renacimiento, un retorno a los principios clásicos a la vez que una aceptación indolente por parte del pueblo llano, de un estatus religioso y feudal con el que Europa llegó al siglo XVI.
Durante el Renacimiento, paso hacia un sistema social rural, desarrollado alrededor de un castillo, hacia un sistema social de Corte y ciudad, no mejoraron en absoluto los patrones de calidad social, material e intelectual.
En el Barroco, que abarcó todo el siglo XVII se produce un avance cualitativo, principalmente en lo que concierne al pensamiento, que comienza a hacerse deductivo en la ciencia y lógico en la filosofía.
Durante la casi totalidad del siglo XVIII se desarrolló en Europa, un movimiento cuya finalidad, de carácter revolucionario intelectual, era abrir a la razón el mundo del conocimiento. La ILUSTRACIÓN vino a sacudir todos los principios clásicos del saber y el pensar, desde la esfera de la moral, la ciencia, la música, las artes plásticas o la teología, de la mano de una nueva burguesía emergente.
Trasunto inmediato del afán con el que anduvo forcejeando la Ilustración para emanciparse del pensamiento clásico nacerá el Romanticismo, corriente filosófica de angustiosa apología de las ideas, que barnizó el quehacer inmediato de la reflexión científica y filosófica.
En España concretamente, el tránsito entre los siglos XVIII y XIX representó el principio de un descalabro que condujo a la Guerra Civil del 36 y cuyas consecuencias seguimos viviendo a día de hoy.
El patético reinado de Carlos IV y del canalla de su hijo, Fernando VII hizo tanto daño a la nación (como actualmente el de Zapatero, aunque por motivos distintos) que la inestabilidad política fue el auténtico gobernante de España desde entonces hasta el siglo XX. Ya antes, de la muerte de Fernando VII, en 1833, prácticamente desde principios de siglo, y arrastrando las gravísimas secuelas de la Guerra de Independencia, comenzaron los problemas sin solución de continuidad sobre la gobernabilidad de la nación. Los levantamientos, conspiraciones, alzamientos, motines y pronunciamientos se transformaron en el ser natural de la política española, y desde ahora vamos a seguir su rastro y desgranando someramente sus causas y consecuencias, llegaremos hasta el año 1936, y valoraremos sus más hondas realidades, como nunca se han planteado.

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