Ayer comentamos el golpe de estado del masón Lacy, y debo añadir que, simultáneamente a su asonada, hubo un personaje, cuya andadura por los espinosos caminos de la insurrección y la conjura, se inició en el mismo pronunciamiento que Lacy y Milán del Bosch, que fracasó con ellos, que fue detenido, no fue ejecutado (¿Porque será?), y que solo estuvo en la cárcel 3 años.
Se trataba del general Torrijos, José Maria de Torrijos, luchador de la Guerra de la Independencia, y perteneciente a una secta de fácil identificación.
Pero como las aventuras sublevacionistas de este caballero nos conduce hasta su definitivo fusilamiento el 11 de Diciembre de 1831, casi que dejamos el relato de sus hazañas para más tarde.
Pero el 21 de Septiembre de 1817, el masón y afrancesado, partidario de José I, general Juan Van Halen, que ya había estado en prisión dos años antes, quizás influenciado por Torrijos, comienza la maquinación golpista. Es descubierto, vuelve a la cárcel (a este tampoco se le ahorca), de donde se escapa (¡oh casualidad!) y sale pitando, nada menos que hasta la Rusia zarista de Alejandro I, con quien la España del calamidad de Fernando VII tenía muy buenas relacciones, hasta el punto que compro al zar una partida de barcos de guerra. Allí, en las tierras del frío, y concretamente en la bella ciudad de San Petersburgo, fundada por Pedro el Grande, se afincó, llegando a mandar el Regimiento de Dragones del Caúcaso.
Pero cuando el Zar le vio el plumero conflictivo, lo despachó al otro lado de la frontera. A partir de este momento se transformó en un mercenario al servicio del mejor postor, por medio mundo, sin exceptuar su participación, en sus ratos libres, en las Guerras Carlistas.
Juan Van Halen, el militar aventurero y mercenario, cosechó, lo mismo éxitos militares, como fracasos, siendo encarcelado y condenado a muerte en varias ocasiones, de lo que se salvó por los pelos. Murió en 1864. Pero, ¡Vaya pájaro!
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