martes, 21 de junio de 2011

Queridos amigos lectores, aunque agobiado por este tremendo calorazo, ya estoy de vuelta. He de confesar que ha sido un periodo vacacional de lo más instructivo, que he pasado, primero en Venecia y despues en Florencia, disfrutando del arte, la naturaleza y la más que espectacular degustación de un Campari, en una terraza , gozando de la estrellada noche junto al Gran Canal de la sin par capital de la región de Veneto, que jamás perderá su carisma y la manada de turistas que agobian los recorridos en el vaporetto.
Y como esta no es mi primera visita a Italia, quiero compartir con todos ustedes una reflexión que me ha acompañado este viaje, lo mismo que en anteriores paseos por la tierra de los césares, y que no creo que sea en modo alguno baladí:
Nunca puedo evitar, porque para mí eso significa viajar, conversar en lo posible con los lugareños y, en el caso de Italia, acabar sacando a colación, habida cuenta de que yo tengo escrito un libro sobre Amadeo I de Saboya, que España proporcionó un rey a Italia, concretamente a Nápoles, Carlos VII (quien fue posteriormente Carlos III de España), e Italia nos facilitó, para la desgracia del pobre señor, a Amadeo I de Saboya, hijo del unificador de Italia Victor Manuel II. Pues señor, la reacción más general de los italianos es no querer saber nada de los reyes de la casa de Saboya; les tienen una ojeriza de aúpa. Y es que el comportamiento del rey Victor Manuel III de Italia, a la sazón un enanito con bigote, a pesar de lo cual ostentaba los títulos de Rey de Albania y Emperador de Etiopía, y que inauguró su reinado a la vez que el siglo XX (en 1900 comenzó a reinar) cometió tantas cobardes torpezas que dieron con él en el exilio. Resulta que a partir de 1922 optó por ponerse a las órdenes de Mussolini, permitiendo que la grey fascista derribara el estado democrático, transformándose en una marioneta, dejándole el camino libre al dictador de Dovia di Predappio, lavándose las manos como Pilatos, y todo bajo el pretexto de que no se le dejaba tomar ninguna decisión; pero continuaba como figura decorativa de "Jefe de Estado".
Aunque, trás ser depuesto Benito Mussolini por los propios italianos (¡cambio de chaqueta!) cuando se pudo comprobar que el Fascismo y su aliado el Nacional Socialismo tenían perdida la guerra, trató de arreglar el desaguisado poniendose al lado de los aliados, despues de trasladar la capital a Bari, para escapar de los vengativos alemanes. Pero la calamidad sobre la nación ya estaba hecha y firmada, y el 2 de Junio de 1946 los italianos declararon su opción por la república, aunque de aquella manera tan española en la Segunda República; es decir, con sospechoso "pucherazo". De cualquier manera, a un italiano mencionarle a los Saboya es mentarle la "bicha".
¿Les evoca este relato alguna otra imagen monárquica con semejante evolución? ¡Si ya sé que nuestro Alfonso XIII remató una nutrida sucesión de meteduras de pata, marchándose y dejando a la pobre España con el culo al aire! Pero yo me refiero a una sociedad actual, a una nación, a un reino de nuestros días, enfermo de gravedad y con una corona en situación, por lo menos, de pronóstico reservado, que no puede dar un puñetazo en la mesa porque no le dejan. Pues que el trono aludido vaya meditándolo muy seriamente, porque o mucho me equivoco o tiene los días contados. Y esto es historia, y quien se empeña en desconocer la historia está condenado a repetirla. ¡He dicho!

Hasta el lunes próximo.

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