domingo, 14 de febrero de 2016

Verdaderamente, cómo está cambiando esto. Los actuales emergentes líderes políticos no descansan de hablar de la nueva transición y del cambio. Dicen, ellos, que los españoles han hablado (yo no) en las urnas (menos) y han exigido una mudanza, una metamorfosis en la política española; ¡Viva el cambio! ¡Viva la revolución! Y verdaderamente, cómo está cambiando este patio de vecinos. Al menos, a día de hoy, España no se vende, y por dos razones: en primer lugar porque ya no hay quien la compre, y en segundo lugar porque la venta de la nación se ha sustituido por la subasta. España esta siendo subastada, más no en Sotheby´s o Christie´s, ni siquiera en Durán, sino en plena calle, en los despachos, en los medios de comunicación, en las industrias más venturosas; en el parlamento nacional y en los parlamentos autonómicos; en los tribunales de justicia, los sindicatos, las alcaldías, los restaurantes más caros y en las malditas redes sociales.
Todos estos satrapillas que, al llegar la noche, las negras tinieblas en el cerebro de los españoles, y a la luz de la luna de una fracasada y pérfida democracia, se han incorporado de sus ataúdes, dispuestos a saciar su sed de sangre española y han volado en busca de, cuantos más mejor, ignorantes lugareños de una aterrorizada y aturdida aldea decimonónica. Ellos, los vampiros, lo llaman negociar (yo lo llamo traficar y comerciar), pactar (mejor baratear o cambalachear) o  llegar a acuerdos (léase remesar o mercantilizar), pero todo se resume en trocear la nación, para que sea más fácil encajársela al mejor postor, y subastar sus pedazos.
Ellos, los espectros, se reúnen por parejas y se ofrecen un intercambio de mercancías. Mercancías que no son suyas. Mercancías de las que se han apropiado robándolas a los ciudadanos españoles narcotizados, insensibilizados y transformados en vasallos, con baratijas, con la facilidad que los primeros conquistadores embaucaban a los nativos de la América de finales del XV y principios del XVI, para quitarles sus tierra, sus mujeres y su oro.
A España, después de permitir robarla hasta el tuétano, la están subastando una canalla apátrida y sin escrúpulos gracias a la indolencia y cobardía de un traidor que ha desperdiciado, ha dejado que se pudra una oportunidad legislativa que ya nunca más se va a producir, o al menos yo, que voy a cumplir los 67, no volveré a ver. Gracias Mariano.
¡Viva la necedad! ¡Arriba los carroñeros! ¡Hurra por un pueblo tan mentecato como el venezolano, pero en la moderna Europa!
Disculpen, no puedo seguir, me voy a vomitar...
 

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