viernes, 24 de junio de 2016


Durante la Revolución Francesa se popularizó la palabra “Nación”, y durante el proceso expansivo de esta revolución por Europa es cuando se crean las “Nacionalidades”, términos estos que a día de hoy hacen furor en algunas regiones españolas, por ser identificadas con valores identitarios.
El principio de estas nacionalidades, proclamado por la revolución, se acabará extendiendo por todo el Viejo Continente  a lomos de los ejércitos de ocupación revolucionarios galos, los cuales animan a los pueblos europeos a desembarazarse de sus respectivos soberanos.

Los patriotas en una Italia, todavía sin perfilar, en algunas ciudades alemanas, en Bélgica y en Suiza, proclaman repúblicas en las que intentan aplicar los nuevos principios revolucionarios de igualdad y libertad, si bien bajo el dominio de Napoleón, la presencia militar francesa en Europa despierta un profundo rechazo, de modo que la mayoría de los pueblos europeos acaban uniéndose en su odio hacia el invasor. Comienza así a perfilarse la tendencia de grupos o poblaciones a organizar su vida de forma conjunta y a formar un estado.
Tras la caída de Bonaparte, las potencias vencedoras se reúnen en Viena en 1815, ante el intento de ordenar Europa de acuerdo con los principios tradicionales en la idea de que, no solo Napoleón, sino la “revolución”, como concepto, finalmente, ha sido vencida. El ordenamiento y reajuste del mapa europeo corre a cargo  de las 5 grandes potencias: Gran Bretaña, Rusia, Austria, la nueva Francia borbónica y Prusia. Surge así la que fue conocida como la Europa de la pentarquía.
Pero el propósito de los políticos vencedores de restaurar el orden anterior a 1789, es decir a la Revolución Francesa, no puede ser llevado a cabo por completo, puesto que muchos soberanos se ven obligados a devolver privilegios antes otorgados, y algunas de las transformaciones sociales y jurídicas llevadas a cabo en su día tienen que ser mantenidas, lo que no es sino un síntoma claro de que la revolución no había sido vencida del todo.
Del mismo modo que la paz no puede ser considerada la ausencia de guerra, la paz no se alcanza cuando se declara terminada una guerra. La paz es un estado intelectual íntimo y transferible de equilibrado sosiego. El fin de una guerra casi nunca conduce a la paz, sino a un ansia de represalia, de un bando, y de desquite del otro.
Por ello la Gran Guerra no fue el principio de nada, pues ya venía gestada con anterioridad, ni el final de nada, ya que tuvo su continuación en la Segunda Guerra Mundial, gracias a la estupidez de los vencedores que firmaron el Tratado de Versalles, no para asegurar la paz, sino para asegurarse ellos y esta en la Guerra Fría durante la segunda mitad del siglo pasado.
Es más Francia ya venía escocida desde el sometimiento que tuvo que aceptar de Alemania, en la guerra Franco-Prusiana que se desató, por la patética búsqueda del gobierno español de un rey, no Borbón, tras la destitución de Isabel II, y donde perdió las regiones de Alsacia y Lorena.
En el seno del Reino Unido, creado el 1 de Enero de 1801, Irlanda es una nación oprimida por otra nación. Eminentemente rural, quiere disfrutar de su tierra; católica, reclama la emancipación religiosa; unida contra su voluntad a Gran Bretaña, aspira a la ruptura. Dirigidos por carismáticos líderes políticos, sobre todo Charles Parnell, utilizan el sistema parlamentario británico para hacer presión sobre su dominadora. Pero a pesar de su alianza con los liberales de Gadstone, no obtiene la independencia hasta 1921.
En el siglo XIX la economía capitalista y la industrialización, había provocado un crecimiento industrial enorme, y, como consecuencia, la aparición de grandes excedentes de producción, para los cuales resultaba imprescindible encontrar nuevos mercados, incluido el armamento. La creciente necesidad de materias primas, para la industria hacían sentir el deseo de buscar nuevos territorios en los que invertir y proveerse de nuevas materias. En el último cuarto del siglo XIX, Gran Bretaña, que poseía ya un basto imperio, demostró lo que es la ambición colonizadora, usando para ello los métodos más ruines y desaprensivos. El reparto colonial se produjo con inusitada rapidez, no solo por Gran Bretaña, sino por la mayoría de las potencias europeas, a causa, sobre todo, de la incapacidad de los territorios dominados para protegerse en forma eficaz. Es el imperialismo. El Imperialismo y el colonialismo, a base de bayoneta, sobre pueblos humildes, sumergidos en sus ancestrales costumbres, a los consideraban inferiores y a los que dominar bajo el pretexto de que se les iba a civilizar, para robarles a manos llenas y humillarlos sin recato, ha sido durante dos siglos la política de la Gran Bretaña de cara al resto del mundo. Como ejemplo traigo a la memoria la guerra del opio con China (1889-1912), una de las mayores canalladas del león británico sobre gente a la que pisotear para terminar robándoles la colonia de Hong Kong. Esta es la "Gran" Bretaña.
Pero resulta que los "british" siguen enrocados en su universo de dominio colonialista como esas divas de la escena que pasando de los 70 años continúan acicalándose como si tuviera 25, alcoholizándose, resultando ridículas y peligrosas para sí mismas.
Que los ingleses no tenían ninguna ilusión en compartir un futuro mejor con una Europa, por otro lado, cada vez más débil en sus estructuras, precisamente debido a los renacientes nacionalismos, es algo que yo me maliciaba, y de hecho en este blog anuncié en su día. Pero un nuevo conflicto bélico, aunque solo fuera económica, a renglón seguido de la Guerra Fría que Putin se ha encargado de despertar, como siempre, también les caería sobre la cabeza a las islas, y, como siempre, habrá que sacarles las castañas del fuego que ellos ya no podrán. Pero si eso es lo que quieren, por lo que a mí respecta, que se vayan a hacer puñetas con su porridge, su clima infernal y su cara de ajo porro... Ah, y su magnífica armada.

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