martes, 20 de junio de 2017

Cuantas veces hemos podido contemplar en reportajes al uso que la manera de atraer a los tiburones hacia la embarcación donde se pretende observar su comportamiento es derramar en los alrededores restos de pescado y sangre de los mismos, nunca falla.
Igualmente a nadie le cabe la menor duda de la existencia de millones de ratas en las poblaciones, normalmente en número mayor que de habitantes, pero se esconden entre la porquería de las alcantarillas, donde pueden medrar y reproducirse sin ser detectadas, y solamente emergen a la superficie con ocasión de catástrofes en las que se produzcan abundante pérdida de vidas humanas y no humanas para alimentarse de los cadáveres y carroña abandonados. Pero hasta ese momento su existencia, su censo nos es desconocido, y la vida transcurre para las gentes y animales de la superficie entre la rutina diaria que nos es conocida para bien o para mal. El olor a muerte, a sangre, al igual que en el caso de los tiburones, es el mayor atractivo de estas bestias subterráneas.
Igualmente sabemos que en nuestras sociedades, en nuestro entorno y mezclados entre nosotros, un número indeterminado, no censado, pero apostamos que razonablemente nutrido, sobreviven su mísera existencia cabestros de dos patas, retoños de maturranga, bucardos y mal nacidos difíciles de identificar, hasta que, como cebo inevitable, tiene lugar la muerte de un torero, el atentado contra un guardia civil o cualquier celebración tradicional que huela a España. Entonces aquellas alimañas asoman sus asquerosas cabezas de entre el otro mundo, el mundo del odio, el resentimiento y la ruina intelectual, en busca de un bocado que les haga sentirse protagonistas de una existencia aunque sea tan miserable.
Bueno, yo sería partidario de eliminar esos parásitos sociales de la misma manera que se hace con cualquier bestezuela perniciosa en caso de riesgo de epidemia, pero al parecer eso no es cristiano (yo tampoco), ni democrático (yo tampoco), ni civilizado (aquí he de claudicar) y en virtud de no sé qué mecanismos de sostén social hemos de soportar esta y otras violencias igual de nauseabundas enredadas en el entramado social que tanto trabajo nos cuesta trenzar. Quizás para darle más interés a una existencia que gusta vestir de acomplejadas ñoñerías.
Y es que España, una sociedad donde no existe la extrema derecha, algo útil como contrapeso (compruébese como ha funcionado en Francia) pero sí las extremas izquierdas e incluso los grupos anarquistas y antisistema instalados en el poder, no puede prescindir de esas piaras que les son tan provechosas a los medios de comunicación y diversos partidos políticos siempre ávidos de carroña.
 

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