jueves, 4 de agosto de 2016

¿A que peligrosas especies zoológicas estamos alimentando con nuestra comida, en nuestros platos y dentro de nuestra casas, esas que llaman democracia? Porque, que surjan abortos intelectuales del orden de Kim jong-un, Mugabe, Teodoro Obiang, Zenawi o Gadafi, es algo inevitable en un mundo propicio para la esclavización del hombre por el hombre, pero que la gente se preste a dar voluntariamente su beneplácito, su licencia para manejar los destinos de una nación, léase su voto, a descerebrados patológicos, es algo a lo que nunca podré acostumbrarme. Que todavía haya quien apoye al retrasado mental de Maduro, al narcisista neurotiforme de Putin, al inútil de Hollande o al psicópata social de Trump o, por qué no, al soberbio resentido socialista español Pedro Sánchez, y tantos otros, es fehaciente prueba de que la selección natural no ha concluido su labor evolutiva al llegar al Homo Sapiens. La estupidez, la maldad y, en general, los siete pecados capitales (para los de la Logse: soberbia, gula, lujuria, avaricia, pereza, ira y envidia), al igual que las radiaciones ionizantes (radiación atómica o ultravioleta) tienen carácter acumulativo a medida que se ejercitan. Es decir que si se les concede un dedo de la mano se van tomando el brazo y el cuerpo entero hasta destruirlo. Y un cuerpo gravemente debilitado, como en  este caso es Europa y Norte-América, afectado de sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida), cualquier germen que lo asalte, por ejemplo un par de islámicos dementes, valga la redundancia, acabará poniéndolo de rodillas.
Hay quien ha comparado la actual situación en el Viejo Continente con la caída del Imperio Romano, debilitado por haber arrastrado una política corrupta y frívola, por la  pérdida de sus principios y su autoridad y de su capacidad de estado, algo que Europa todavía no ha conseguido enarbolar, y creo que yo fui uno de ellos. Pero los ataques coordinados y sucesivos de tribus germanas, godos y hunos es un fenómeno difícilmente comparable con la picadura de algunas avispas con barba y turbante. El principal enemigo de occidente es su incapacidad para renovar sus columnas, sus apoyos, reforzar los principios que son inmutables para nuestra civilización con nuevos preceptos, paradigmas y normas que refresquen modelos de estructuras acordes con las demandas más actuales. Pero si todavía el mundo político occidental basa sus ideales en las derechas y las izquierdas, en las bondades del marxismo o del fascismo/nazismo, en el espíritu filantrópico de la república sobre la monarquía o viceversa, capitalismo vs. anarquismo/comunismo o liberalismo ante patriotismo, vamos, si todavía no ha salido ninguna nación occidental (los nórdicos tampoco) del siglo XIX, si nos mantenemos lamiéndonos las heridas de las guerras de la centuria anterior, tanto las civiles como las territoriales o europeas, si somos incapaces de cepillar el polvo de miserias pasadas que nos acosan y no nos dejan soñar con un progreso brillante, universal y dirigido a las personas, pues llegan los hijos de... Saladino, conjurados en un odio medieval, principalmente a la vida y mediante una silente invasión gota a gota, impondrán sobre nuestras sociedades, su cultura e historia (que muchos occidentales niegan y odian) sus desarrapadas costumbres de esclavitud, violencia y suciedad. Pero si a estos energúmenos musulmanes el cerebro no les da ni para concebir un dios de vida, de prosperidad social e individual y de amor, si el islam es un cadáver maloliente, tan anciano que no ve, ni puede andar, ni sabe reír, ni ama la vida, anquilosado hace mil años en los páramos de un desierto sin agua, sin alegría, sin bosques ni flores ni otros sueños que la muerte, el polvo y los escorpiones . Lo malo es que occidente, con sus majaderos y discapacitados intelectuales subidos al minarete político y llenando la cabeza de los ciudadanos de resentimiento por un pasado "pret a porter",  democracias de purpurina imposibles de digerir y otras necedades, está, hoy por hoy, indefenso ante su propia fragilidad por agotamiento del sistema, y tipos como los enunciados al principio, peligrosos en extremo, cada uno a su estilo, roerán nuestras vidas y la de nuestros hijos y nietos, hasta no dejar más que miserias humanas que ya se encargaran de liquidar del todo las termitas islámicas u otros parásitos devoradores de los andamiajes de la civilización humana más avanzada tecnológicamente.

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