domingo, 19 de octubre de 2014


Amigos lectores, este mes de Octubre de 2014, se cumplen 80 años de la muerte del que, posiblemente sea el mayor genio español de todos los tiempos: Santiago Ramón y Cajal. Yo entiendo que, para el 90% de los españoles y el 99,9% de los naturales de otros países occidentales (los del oriente y del tercer mundo tienen otros problemas en qué pensar) la figura del insigne médico les traiga al fresco, siempre y cuando, al menos, sepan de quién les estoy hablando, porque la ignorancia es una de las siete plagas del siglo XXI, pero para ello quiero poner mi granito de arena a quién, después de leer estas líneas, quiera profundizar un poquito en la el universo de tan destacado personaje. Y a tal fin recomiendo la lectura de un artículo del histólogo gaditano doctor D. Antonio Campos Muñoz, académico de la Real Academia de Medicina Española, del 18 de Octubre en el diario ABC (para los de izquierdas, les aseguro que tocar sus páginas no contagia el Ébola), y de esta reflexión voy a extraer un pasaje que me parece extraordinariamente relevante:
"Para los hombres y mujeres de nuestro tiempo Cajal significa también civilidad, virtudes cívicas, ejercidas al más alto nivel. Existe en Cajal, en efecto, lo que él llama la religión del trabajo, de un trabajo serio y riguroso, al que sirve con una voluntad insobornable. A ello une Cajal la ejemplaridad social, una ejemplaridad que se manifiesta en la necesidad de aprovechar al máximo los recursos cuando estos son públicos y proceden de los contribuyentes... Para un español de hoy conocer esta importante dimensión cajaliana, en el contexto de mentira y corrupción que lamentablemente nos rodea, es ver a la España que queremos y soñamos y a la que tenemos derecho a aspirar" (el doctor Campos y yo, al menos) Y en otro apartado de su artículo añade: "...tres son, a mi juicio, los frutos que rebrotan al evocar su figura: la obra científica que realizó, las virtudes cívicas que practicó y el sincero patriotismo que sintió". Y aunque digo amén a todo ello, creo que se debe añadir un cuarto valor del que quiero dejar constancia: su riqueza literaria, cuyo análisis le sitúa junto a los más insignes representante de la generación del 98, y a tal fin recomiendo la lectura, aunque sugiera lo contrario, amena, de mi tesis, motivo de mi doctorado en Historia de la Medicina, que puede rescatarse en internet a través de su título: "INFLUENCIA DE LA CRISIS DEL 98 EN LA HUMANÍSTICA DE RAMÓN Y CAJAL".
En efecto, en la figura de nuestro Premio Nobel resulta gigantesca su aportación al conocimiento del sistema nervioso, fruto, sin duda, de un constante e intenso esfuerzo en su trabajo investigador, pero también apoyado en su cabezonería baturra y en una gran imaginación de artista para presentir lo que apenas veía, algo que superaba y le distinguía de Camilo Golgi, y su alejamiento de los prejuicios que obligaban a los demás neurofisiólogos y anatomistas a aceptar lo ya establecido: el sistema reticular de la estructura cerebral.  Naturalmente es obligado reconocer en el personaje las virtudes cívicas a las que hace referencia el Dr. Campos, a una moral estricta y honrada, inculcada, sin duda, en su corazón por su padre, y un hondo patriotismo, ¡no nacionalista!, crítico (desde su estancia en Cuba) y aplicado a su trabajo como apuntalamiento de los méritos patrios hispanos y que, finalmente y tras una crisis de angustia patriótica, condujo al científico a evaluar el decaimiento de su amada España en la misma línea que Unamuno, Baroja, Maeztu, Azorín, Valle Inclán o los Machado, tras la debacle  de 1898.
Los cerebros más luminosos e iluminados de las letras y las ciencias de esta generación exigieron una renovación de los valores españoles tradicionales (y digo valores, no ilusiones atávicas); sus seguidores de la generación del 27 creyeron haberlos encontrado en ideales políticos, finalmente fracasados, y a día de hoy nadie se preocupa ya de una posible España adornada de aquellos tesoros morales, éticos y humanos que debían caracterizar a la raza hispana, porque la tan arriesgada globalización ha transformado la esperanza de nuestros jóvenes en dependientes de todo lo extranjero, principalmente lo anglosajón. Cajal, en sus conferencias, discursos y trabajos, que no tienen desperdicio, nunca abandona dos ideas que le obsesionan: la incultura nacional y la recuperación de la juventud hacia el trabajo constante y siempre bien hecho para afirmar a nuestra patria como un puntal de alta cotización internacional.
Y en todo este manojo de virtudes quiero hoy incidir para todos aquellos que siguen la huella de los que abandonamos el sendero laboral, para seguir aquel que marcó el maestro Cajal.

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