Nos encontramos en medio de la Segunda Guerra Carlista, que daría inicio con el Levantamiento de Ros de Eroles, así conocido Bartolomé Porredón, experto comandante a las órdenes de Zumalacárregui en la Primera Guerra Carlista, e instalados al comienzo del reinado de Isabel II, en el año 1848.
En Europa, particularmente en Inglaterra, tienen lugar levantamientos y motines de origen revolucionario en relación con las doctrinas divulgadas por Marx y Engels, en su Manifiesto Comunista; la Revolución Liberal se extiende por Europa.
Hemos de tener presente que los términos liberal o conservador, a mediados del siglo XIX, no albergaba el mismo contenido conceptual, ni mucho menos, que el que tiene en la actualidad. No obstante la mayoría de los historiadores cree que tras el Alzamiento Civil de 1848, que se produjo con más incidencia en Madrid y Andalucía, planeaba la influencia de aquellas nuevas ideas importadas del Viejo Continente. Pero no hemos de olvidar que semanas despues de producirse el alzamiento civil, el Regimiento España de la capital, se unió a los levantiscos, y aquí, aunque el apoyo a la causa liberal era evidente, existían otros innegables apoyos de carácter logiaco, fácilmente reconocibles.
Sea como fuere, el gobierno Narvaez, inmerso en la Guerra Civil de Cataluña con los seguidores de Carlos VII, y aguantando las crisis histéricas de una reina adolescente maleducada y caprichosa, que ya daba muestras de un furor uterino que no la abandonaría a lo largo de toda su vida, no estaba para templar gaitas, y el fusilamiento de los implicados terminó con el asunto. O al menos eso creía Narvaez.
No puede evitarse la tentación de creer que la inacabable sucesión de motines, pronunciamientos y golpes de estado, que tienen lugar a lo largo del siglo XIX (y también del XX), tuvieron como razón desencadenante la exigencia ante el gobierno de turno de que aceptara la implantación de una ley suprema de carácter liberal, como la Constitución de 1812. Pero eso no era así, pues los intereses implicados en estos sucesos, además, iban desde la seducción por desestabilizar el sistema para provocar un cambio de régimen, (no solo de gobierno) de hacerse con el poder para dominar con doctrinas determinadas a la sociedad, hasta, simplemente cambiar un mandatario, un rey o un gobierno, o controlar el poder militar, religioso o económico del momento. Esta reflexión creo que quedará patente a lo largo de este recorrido histórico por nuestros personales golpes de estado durante un siglo y medio de duración.
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