viernes, 2 de febrero de 2018

Dos catedráticos, dos maestros he tenido a lo largo de mi vida universitaria que han dejado en mi alma de médico una impronta imborrable. Uno de ellos fue don José Casas Sánchez, catedrático de Patología General, en cuya cátedra participé como alumno interno por breve, aunque suficiente, espacio de tiempo, pues una grave enfermedad y una muerte dramática me dejó huérfano de su saber y su comunicar de manera inesperada y terminante cuando apenas había cumplido mi adolescencia como universitario en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Era aquel hombre especial un cuerpo grande unido a un alma buena, generosa y venerable y a un cerebro muy especial. Era un profesor clásico, una eminencia clínica que inspiraba más que respeto una especial veneración en sus alumnos y en todo aquel que se sumergía en su gloriosa aura de clásico maestro. Con él aprendí todos aquellos fundamentos de la propedéutica y la semiología clínica.
Cuando don José, así lo llamábamos sus alumnos, falleció se desplomó en mi ánimo la senda que me había marcado su ejemplo hacia la medicina clínica, y la posibilidad de continuar mi formación con cualquier otro catedrático de la misma asignatura  era impensable, ninguno se aproximaba al magisterio de aquel hombre irrepetible. Entonces había que tomar otro camino, y, casi al azar, elegí la senda de la Traumatología y Cirugía Ortopédica que impartía la cátedra de don Hipólito Durán Sacristán, que se convertiría en el otro gran maestro de mi andadura académica y profesional.
A finales del siglo XIX, un catedrático de Anatomía y Patología General, don José Letamendi, dejó para el conocimiento de los médicos de los siglos venideros una locución que debería ser observada por los facultativos que buscaran una formación integral, como debería ser la de todo galeno:
"El médico que solo sabe de Medicina, ni siquiera de Medicina sabe".
Pues bien, don Hipólito Durán añadía a sus alumnos continuamente la siguiente reflexión:
"Solo es posible sentir íntimamente la Medicina si se aplica al hombre como persona... Si se omite el alto destino del hombre, autor de acciones libres, y no se comprende su dolor, no hay medicina ni cirugía".
Este gran hombre, dotado por la naturaleza de una lúcida inteligencia, de una brillante y rica oratoria, de una afable humanidad y de una capacidad de trabajo inagotable, era una persona de talla baja, andares pausados y sonrisa franca, que cuando entraba en el aula, seguido de todos los médicos de su servicio, que acudían a escuchar sus clases, llenaba la atmósfera con el espíritu de su elocuencia y su precisión  escolástica.
No voy a pretender destacar todos los interminables honores, distinciones, nombramientos y reconocimientos a los que se hizo meritoriamente acreedor, porque para mí fue su bondadoso magisterio lo que reavivó la llama de la medicina integral y la traumatología humanizada y nunca mecanizada. Con él aprendí mucho más que Medicina, pues el profesor Durán era en sí mismo un ejemplo de humanidad ante el enfermo y sensibilidad en quirófano. Con él aprendí a ser mejor médico, mejor persona y a valorar la riqueza académica del espíritu universitario.
Pero hoy vuelvo a quedarme huérfano del guión que a lo largo de toda mi vida profesional ha amparado todos mis actos médicos, pues el día 20 de Enero ha fallecido don Hipólito Durán Sacristán; su espíritu ya no nos envuelve a sus alumnos, a pesar del paso de los años, pues ha volado más allá de las estrellas, donde moran los hombres y mujeres buenos, comisionados por la historia a ser enseña y estandarte de los hombres para marcarles el camino de la ciencia compartida y el amor a un mundo que tenemos en prestación junto con nuestros semejantes. Allí se encontrará con don Santiago Ramón y Cajal, con Rene Laennec, con Paracelso, con René Favaloro, con William Harvey, con Alexander Fleming... y, por supuesto, al profesor José Casas Sánchez, con quien, en algún momento, hablará de aquel alumno flacucho y bigotudo que aparecía metiendo las narices por todos los rincones de la cátedra. Como él era creyente, que Dios lo tenga junto al coro de sus asesores más dignos. Gracias maestro.

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