sábado, 13 de junio de 2015

Mis lectores alemanes lo saben perfectamente: Adolf Hitler alcanzó el poder tras varias elecciones de un don nadie, un presunto fracasado, aprovechándose primero de los efectos de la gran depresión, es decir de la desilusión, el desengaño y la miseria de un pueblo en la ruina y anhelante de un líder que les prometiera salir de aquella penuria y de la indignidad que les provocaba el tratado de Versalles y la enorme corrupción que asfixiaba la nación. En resumidas cuentas, el fracaso de la República de Weimar y la torpeza de Hindenburg que le despreció creyéndole un iluminado sin futuro, cuyas alucinaciones dejó reflejadas en su libelo titulado Mein Kampf condujeron a lo que la historia nos recuerda.
Hitler, desde 1924, fecha en que fue liberado de la prisión, puso en marcha la reestructuración del partido Nazi y comenzó a hacer política en serio a la sombra de la "democracia", es decir a presentarse a las sucesivas elecciones, las de 1924, 28 y 30, de derrota en derrota,  hasta sus prósperos resultados en las de 1932 (con un 38%), y 1933 con un sonoro 44% y 288 escaños en el Reichstag, estas últimas aliñadas de intrigas y extrañas alianzas. Tras los resultados prometedores de 1933, negoció con Papen para que convenciera al decadente y decrépito Hindenburg (aquí Rajoy) para que le encargara de la formación de un gabinete, presuntamente bajo el control de los poderes económicos de los grandes capitales de la industria.
Mientras tanto el poder político y social, basado en la violencia callejera, del partido Nazi, había ascendido como un cohete en toda la nación. El incendio del Reichstag y la muerte del anciano Hindenburg dieron el pistoletazo de salida para la toma del poder por parte del dictador austriaco. Lo demás todo es historia.
Iba a comenzar este comentario afirmando que "Spain is diferent", pero qué va. Lo que esta pasando en España en estas semanas ya ha ocurrido antes. Solo hay que cambiar los nombres de los personajes y los partidos y, sobre todo, no perder de vista la gran estupidez de 90% de los votantes que se las tragan dobladas. Hay quien afirma que, habiéndose percatado astutamente el PSOE (claro que a ellos no les asesora el nigromante Arriola), hará un par de años, del descalabro electoral que se avecinaba, crearon en su propia cocina a Podemos y situaron de chef, de cara al populacho, al necio de Pedro Sánchez. Porque el partido socialista no se ha aliado con Podemos, sino que han elevado al altar popular a una franquicia que les interesa trabajar ante los descontentos y, poco a poco ir ascendiendo sujetos a ese globo, hasta que ya nos les sea útil. Mientras tanto hay que enterrar al PP, vivo o muerto, para evitar su incómoda presencia, como Hitler hizo con los judíos, e ir haciendo alianzas hasta con el diablo si fuera necesario para hacerse con el poder, aunque en el camino se destruya la nación, el reino de España, lo que a todos ellos, con coleta o sin ella, se la trae floja. Y todo ello comenzó con Zapatero y sigue con otro merluzo igual.
No sé si esta teoría es correcta, pero lo cierto es que cuadra con los acontecimientos de la Alemania de los años treinta del pasado siglo.
Recuerdan: "Quien no recuerda la historia de su pueblo, está obligado a repetirla". Y, francamente, Rajoy de historia anda muy flojito... bueno flojito de todo.
En resumen, los sucesos post-electorales de estos últimos días en España vienen a fortalecer mi convicción para declararme no demócrata. Primero, niego que mi voto (mi criterio) valga lo mismo que el del 90% de los españoles. Segundo, en un sistema "democrático" los políticos solo piensan en los votos a conseguir cuatro años después, esa es su visión de futuro para la gobernación de la nación. Tercero, niego que la mayoría sea quien tiene la razón. Y para mayor abundancia, y sosteniendo que la democracia es el sistema político en el que gobierna la voluntad de la mayoría, al menos en España es mentira pues las mayorías están siendo aplastadas por las minorías unidas (oligarquía). Dicho de otra forma, se ha falseado, corrompido y violentado la voluntad popular; y la gente lo acepta sin echarse a la calle y volviendo a las urnas en la próxima oportunidad para seguir bajándose los pantalones. Mas que conmigo que no cuenten, como no cuentan desde hace, al menos, treinta años.

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