domingo, 27 de junio de 2010

El gobierno de Isabel II no se caracterizó, precisamente, por sus aciertos, pero sí por sus apoyos a ciertos militares en detrimento de otros que ambicionaban ese favor. En aquella época el poder real de los generales y su influencia en la acción política era un hecho irreparable; tanto se les había consentido y utilizado para los propósitos de la corona durante años, que ahora, a ver quien le "quitaba" la sardina al gato.
Pues sucedió que la mala administración, la nefasta gobernación de la nación dio, en 1865, al traste con la fiscalidad del estado provocando la irreparable ruina del tesoro público. Hubo quien comenzó a divulgar, en la Universidad y sobre panfletos de propagación pública, la necesidad de volver a desamortizar los bienes de la Iglesia. A ello respondió, por un lado, el gobierno Narvaez con la prohibición de proclamar en las cátedras opiniones contrarias al Concordato firmado en 1851 entre Bravo Murillo y la Santa Sede, según el cual se devolvía a la Iglesia el dominio de los bienes desamortizados anteriormente, y por otro lado la reacción de Isabel II, cediendo el 75% de los bienes de la corona para ayudar a tapar el enorme agujero.
Este gesto sería generalmente aplaudido por la mayoría, salvo por Castelar, a la sazón catedrático de Historia, que firmó un manifiesto en que afirmaba que el otro 25% de los bienes de la corona también pertenecían al pueblo, y acusaba a la reina de apropiación indebida.
Bueno pues se lió la mar y morena. El Ministro de Fomento Alcalá Galiano exigió al Rector de la Universidad que destituyera a Castelar. El Rector Montalbán dijo que no le daba la gana, y fueron destituidos ambos. Los estudiantes se niegan a aceptar aquel atropello, y el día 10 de Abril de 1865, la noche de San Daniel, se manifiestan en la Puerta del Sol, donde les estaban esperando tropas, allí reunidas, que dispararon y cargaron a la bayoneta contra los manifestantes, provocando un saldo de 14 muertos y 193 heridos.
El hartazgo general sobre una política errática de años, quedó rematada por este abuso de poder del la cartera Narvaez, dando lugar a un nuevo golpe militar, protagonizado en esta ocasión por el rebelde e impositivo general Juan Prim, que levantó a varios regimientos en la localidad de Villarejo Salvanés, y marchó sobre Madrid, donde le estaba esperando O´donell con los ejércitos fieles a la corona. Más, por el camino, los principales mandos comenzaron a desertar, de modo que Prim optó por no llegar hasta la capital y escapar a Portugal facilitando que la conjura quedara desbaratada.
El pronunciamiento fracasó pero ello sirvió, conociendo a Prim, de aviso a Isabel. Fue un primer ensayo. El futuro nos lo demostrará.

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