sábado, 20 de agosto de 2011

Una vez que hemos aclarado algunas cosas sobre las verdades más elementales que han de tenerse en cuenta cuando se quiere opinar sobre la generación de nuestros abuelos, hoy voy a retroceder para comentar como fue, a grandes rasgos, el reinado de Alfonso XIII.
La historia del siglo XX en España resulta muy difícil de tratar, y mucho más de sintetizar, porque las manipulaciones que se han llevado a cabo, y aún hoy (y mañana) tienen lugar, sobre la pura verdad histórica, por unos y otros, han deformado de tal manera la historia, que yo lo comparo a una pared blanca sobre la que se han pintado grafitis de manera continuada y superpuesta durante años; ya no sabe uno de que color era la pared en su origen. Y es que, queridos lectores, todavía a día de hoy, existen miles de majaderos, iletrados y oportunistas que viven, (¡y como viven!) del producto mercantil que supone devorar, rumiar y regurgitar, para alimento de la ignorante ciudadanía, la historia del hombre, tal como se produjo, para bien o para mal, a lo largo del tiempo. Unos comercian con colmillos de elefantes, garras de gorila o cuernos de rinoceronte, y otros se forran con miembros putrefactos de la historia y de los cadáveres de sus abuelos.
En fin, que Alfonso XIII comenzó a reinar, con 16 años, en 1902, un año antes de que, por fin, muriera Sabino Arana. ya somos conscientes de la paupérrima situación por la que atravesaba nuestro país, y, en justicia, he de añadir que el resto de Europa no se encontraba exenta de convulsiones y dificultades muy serias. Se casó el rey Alfonso XIII en 1906 con Victoria Eugénia de Battenberg, una bellísima dama miembro de la realeza británica, pero que era portadora de una enfermedad que se trasmite en herencia por las mujeres aunque la padecen los hombres: la hemofilia.
La verdad es que el rey era un buen hombre, pero que iba de error en error; nunca quiso ver la realidad social, tal como se venía encima, en gran parte procedente de Europa. Para empezar pretendió seguir con el sistema alternativo de gobierno entre conservadores y liberales, que tan bien le funcionó a su madre, la regente viuda de Alfonso XII, Doña Maria Cristina de Habsburgo Lorena, con Cánovas y Sagasta. Pero la realidad política ya era muy distinta. Existían opciones políticas, más radicales, que incluidas en el juego democrático, quizás hubieran sido más fáciles de controlar. El hambre del campesinado y mala situación de las clases bajas, la pobre industrialización y el recrudecimiento de la guerra de África, con el envío de reclutas hacia Marruecos para morir entre agrestes peñascos (sin perder de vista que no se había olvidado el resentimiento por la pérdida de las colonias de ultramar, proporcionó argumentos suficientes a grupos socialistas, republicanos y anarquistas, que tiempo hacía que venían agitando los ánimos en las fábricas y el campo, para echarse a la calle, llegando a provocar, en 1909, en Barcelona la quema indiscriminada de iglesias y conventos y una auténtica sublevación popular que obligó a la intervención del ejército. La crisis de la Semana Trágica de Barcelona, marcó un hito en el devenir político y social de la nación.
Ya, el día de su boda, Alfonso XIII y la reina sufrieron un atentado con bomba, que denotaba dos cosas que no supo entender: en primer lugar el descontento popular por la situación social y política, y en segundo lugar la provocación necesaria para que grupos extremistas de izquierdas (o anarquistas, que no es lo mismo), en plena campaña de proselitismo marxista, contaran con argumentos que esgrimir en pro de la agitación (no solo en España).
La Primera Guerra Mundial (1914 a 1918), no detuvo la crisis en España, si acaso aplazó los momentos más trágicos de la misma. No obstante permitió exhibir el carácter bondadoso del rey español que, habiendo declarado a España país neutral en el conflicto, creó, bajo su personal tutela la Oficina Pro Cautivos, instalada en el Palacio Real, y desde donde SM intercedió entre las potencias beligerantes, salvando la vida de decenas de miles de civiles y militares de ambos bandos.
A pesar de todo las huelgas y revueltas continuaban teniendo lugar sistemáticamente en todo el país, con mayor ahínco hacia en final de la Gran Guerra, cuando, habiéndose producido en Rusia la victoriosa revolución bolchevique, la consigna leninista era el levantamiento de las clases trabajadoras en toda Europa. Marruecos seguía siendo el panteón de miles de españoles. Los errores militares, la corrupción en el ejército y el paupérrimo estado del material, armamento y uniformidad, conducían, una y otra vez al drama, como el lamentablemente famoso desastre de Annual, de 1921, donde dejaron su vida varios miles de españoles, muchos de ellos torturados, decapitados o privados de agua y alimentos hasta la muerte, por los rifeños. En definitiva, que a Alfonso XIII se le había escapado la situación de las manos totalmente, si es que alguna vez tuvo el control, y falto de ideas políticas y recursos apeló a una solución que habría de ser su ruina y liquidación como rey de España.


En fin que en estos últimos días ha quedado suficientemente claro que existen tres niveles o categorías de jóvenes en España (también en el resto de Europa y probablemente del mundo): Estos jóvenes limpios (en todos los sentidos) y educados que han surgido con ocasión de la visita de Benedicto XVI; en segundo lugar toda esa mayoría de jóvenes indiferentes a todo, que no saben pensar por sí mismos, que no se hacen preguntas, que les da lo mismo acabar la carrera que trabajar de reponedores (aunque hay en este momento muy pocas posibilidades de elegir), que no luchan por nada, que no saben que opinar o bien opinan lo que diga la mayoría, que suelen leer El Pais o el libro que más se venda, que si te ven tirado deducen que seguro que te has merecido caerte y miran para otro sitio -esto no es asunto mío, dicen- y que no saben y no contestan, pero suelen manejar bien el ordenador; y en tercer lugar la piara de esa juventud podrida, sucia, necia, viciosa, sin objetivos pero con una cosa clara, que se puede vivir de maravilla como parásitos de esta sociedad indefensa. A estos últimos los dejamos que se cuezan en sus propias heces, que vayan cayendo por sobredosis (cuanto antes mejor), o apuñalados entre ellos en sus propios guetos de ratas y estiércol (cuanto antes mejor); estos, el 15-M indignado, no me interesan, es inevitable su existencia como lo son los piojos. Los segundos constituyen una población de 50 años para abajo que son incapaces de entender la virtud del trabajo bien hecho y la necesidad de la educación y formación continua; los que no se levantan al paso de la bandera de otro pueblo, o no acuden a despedir al jefe de otro estado aunque su cargo se lo imponga; estos gilipollas que nunca han entendido nada de nada, que lo mismo sacan a pasear al espantajo de su abuelo, al que no han conocido, que abandonan a su padre porque les resulta molesto, que toda su aspiración es tener el televisor y el automóvil mayor que su vecino o más diplomas que su compañero de trabajo, este es el votante mayoritario, pues dejémosle marchar arrastrando las pantuflas para no hacer ruido.
Bueno, pues nos queda una juventud limpia de espíritu, emprendedora capaz de creer en algo. ¡Ojo! que no tiene por que ser de las juventudes católicas, aunque también; una juventud que cree en valores indestructibles, en la moral (la que sea), la familia, en el respeto a sus mayores y educadores, que tiene una meta, que sabe que la formación cuanto más completa mejor, dentro de su nivel de estudio o trabajo, que aprende música, arte, idiomas, que viaja para conocer gentes, capaces de reconocer el esfuerzo de un padre para sacarles adelante, que aman por que sí, que no ensucian ni se ensucian, que respetan al prójimo, al humanismo y a aquel más sabio... pero que hoy por hoy son inmaduros y deben ser educados y adecuados para el mundo que les va a tocar vivir y a defenderse ante la negación de los derechos, la mentira y el abuso de poder. Si sabéis (yo ya no) educarlos, con o sin religión, pero con corazón y cerebro, todavía tenemos esperanza.
Don Santiago Ramón y Cajal decía:
"Pero el soñado porvenir no vendrá por sí mismo, ni lo traerá la protección del extranjero o la ciega lotería del azar; la futura renovación será el galardón de nuestro trabajo, de nuestra ciencia de nuestro conocimiento de la realidad y de nuestro amor a la patria y a la raza... ¡Con qué fuerza moral, con cuanta sublime autoridad de ciudadanía aconseja!: Políticos que nos habeis traido a esta triste desventura; dad tregua, por Dios, ante las angustias de la patria, a vuestro egoísmo estrecho de partido o de pandilla; preocupaos seriamente de la pureza y de la moralidad en la administración pública, del culto al honor y al heroísmo en el ejército, de la protección seria y eficaz a la instrucción popular y universitaria; de mantener, en fin, en todos los organismos del Estado el sentimiento del deber y la más estreche responsabilidad" (1899).

Buenas noches.


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