martes, 24 de enero de 2012

En Octubre de 1813, después de 3 días de lucha encarnizada, el emperador Francés Napoleón I es derrotado por la coalición de rusos prusianos y austriacos. El plan de los aliados de atacar al ejército napoleónico sigue su curso. La acción principal tiene que librarse una vez producida la convergencia de las tropas aliadas (el ejército de norte al mando de Bernadotte, rey de Suecia; el de Silesia comandado por Blücher, y el de Bohemia por Schwarzenberg), mientras que son derrotados los lugartenientes del emperador: Oudinot en Grossbeere, Vandamme en Kulm y Ney en Dennewitz.
Ante esta amenaza, Napoleón se dirige hacia Leipzig al frente de 150.000 hombres, con el fin de desbaratar esta unión. Los aliados flanquean el Elba y reúnen sus tropas ante Leipzig donde tiene lugar la batalla decisiva el día 19. El ejército francés logra contener los primeros ataques, pero Napoleón, viéndose rodeado por 330.000 enemigos y abandonado por algunas tropas auxiliares sajonas y de Württemberg, emprende la retirada e intenta alcanzar el Rin, perseguido por prusianos y rusos.
Las pérdidas humanas en la batalla son de unos 50.000 soldados aliados y más de 70.000 franceses. Las consecuencias políticas alcanzadas por la victoria de loa aliados, son la liberación del territorio alemán de la dominación francesa y la desaparición de la Confederación del Rin, así como el reino de Westfalia y de los grandes ducados de Berg y Frankfurt.
Francia pierde a sus aliados, Nápoles y Dinamarca; esta última se ve obligada a pedir la paz a Suecia, que obtiene Noruega.

Enrique Heine en el tomo segundo de su "Ideas o el Libro de Le Grand" relataba:
"Y allá arriba, en el Cielo, en primera fila, están sentados los angelitos y nos miran con sus gemelos a nosotros, los actores, y el buen Dios ocupa con gravedad el palco de gala y quizá se aburre o calcula que este teatro no puede ya durar mucho, porque algunos actores cobran demasiado y otros harto poco, y todos trabajan muy mal".
A mi me importa una guinda que Soraya Sáenz de Santamaría sea de PP o del partido comunista "del Niño Jesús", porque para esta reflexión la afiliación política es irrelevante, pero que me venga el arzobispo de Valladolid cogiéndosela con papel de fumar, y negando a esta señora que pregone en la Semana Santa porque está casado por conducto civil, nos induce a consideraciones múltiples y variopintas, pero a mí se me ocurre entresacar la idea de que el obispado nacional-nacionalista-antiespañol-lameculos del poder y de los asesinos vascos, nos venga ahora con que el matrimonio civil deja a los contrayentes fuera de los derechos eclesiásticos es de un cinismo que, en el siglo XXI, no tiene muchas lecturas salvo que estos tipos, que si callaran y usaran el cilicio en el cuello, harían mejor, no tienen vergüenza. Porque, sin remontarnos al apoyo eclesiástico al crimen vasco, ni a los delitos de las sotanas contra la moral (pedofília, barraganismo), a la propiedad ajena (apropiación indebida de bienes y puedo relatarles un caso concreto en Asturias en la localidad de San Pedro, próximo a Ribadesella), e incluso contra la vida ajena (asesinato de Juan Pablo I, al que, despues de encargar su asesinato al arzobispo norteamericano Marcinkus, quieren ahora beatificar los muy canallas), se me ocurre pensar que si la señora Santamaría no puede pregonar dentro de una catedral por no haber pasado por la vicaría, como es posible que la princesa Leticia, a la sazón divorciada, consiguiera contraer matrimonio canónigo en la catedral de Madrid. La Iglesia siempre llevando bajo palio al poderoso, ya sea por su fuerza política (Franco) o por la fuerza de las armas (asesinos vascos).
Y todo esto no es más que sainete, simulación, fingimiento, farsa, impostura, melodrama y folclore, porque algunos nos acordamos todavía del catecismo, en donde quedaba claro que en el sacramento del matrimonio los ministros son los contrayentes y el sacerdote solo un testigo, como lo puede ser un capitán de barco. En el matrimonio en el que el testigo es un juez, o su representante, los contrayentes siguen siendo los oficiantes, solo cambia el testigo que da testimonio ante la sociedad y ante Dios (que también está entre los fogones, según Santa Teresa) de aquella unión. Pero como jode que le quiten a uno el protagonismo.
De cualquier manera, y a mí me trae al fresco toda esta parafernalia, según la prelatura católica los que no hemos tenido más remedio que casarnos por vía civil en segundas nupcias, al divorciársenos la primera mujer y no poseer dinero para que el "pecado" se vuelva "virtud", vamos al infierno hagamos lo que hagamos. Señores de la mitra, el báculo y cinturón y bonete carmesí ¡váyanse a hacer puñetas!
Del discurso de Nicolás Salmerón en el Congreso de los Diputados, de Octubre de 1871, extraemos esta frase:
"La religión convertida en medio político muestra la decadencia irremediable de la fe dogmática".

Feliz descanso para todos.

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